Valora lo que Tienes – 3 Claves para Lograrlo

Valora lo que Tienes – 3 Claves para Lograrlo

valora lo que tienes

Valora lo que tienes,

 

Probablemente hayas escuchado una y otra vez la importancia de valorar las pequeñas cosas. Esto, dicho de manera muy ligera, parece una tarea sencilla, ¿pero realmente lo es?

¿Cuáles son esas pequeñas cosas? ¿No puedes apreciar las demás también? Y mucho más importante, ¿qué es valorar?

Según la RAE, valorar es reconocer, estimar o apreciar el valor o mérito de alguien o algo. Es decir, distinguir qué es aquello que hace especial a cierta entidad.

Si se piensa detenidamente esto no debería de ser complicado, al fin y al cabo todas las cosas y personas son diferentes entre sí de alguna manera.

Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto?

Para entenderlo tendremos que remontarnos a nuestros orígenes:

Una Realidad Insulsa

Recuerda aquella vez que uno de tus abuelos te llevó a dar un paseo por el campo o te pidió que le ayudases a hacer alguna tarea tediosa y monótona en el pueblo.

A no ser que fueses un apasionado de la naturaleza, de las tareas domésticas o ese abuelo fuese un pozo sin fondo de historias intrépidas y no repetidas, probablemente acabases aburrido.

Tan aburrido que al despedirte y volver a tu casa tuviste la necesidad de compensar ese aburrimiento llamando a tus amigos para salir, jugando a la videoconsola o viendo una temporada entera de alguna serie nueva.

Lo cierto es que hoy en día aburrirse se ve como algo malo. Teniendo tantas cosas que poder hacer y decidir no hacer ninguna no se considera normal.

Y no me refiero a estar pseudoaburrido, ese estado en el que crees estar aburrido pero en que has roto la dinámica por hablar de tu situación a otra persona y entretenerte en el proceso, sino a estar aburrido de verdad.

Esto último implica no tener nada urgente que hacer, estar con un nivel de energía medio o algo más bajo de lo normal y, sin moverse mucho, dedicarse a dejar que la mente trate de llenar ese vacío con alguna idea inspiradora que animé a salir de ese estado.

Ese verdadero sentido del aburrimiento es el que muchos pensadores de la antigüedad y, con más razón, actuales siguen reconociendo como una virtud. Pues donde unos prefieren dejarse llevar continuamente y ser reactivos, esas personas con capacidad de aburrirse de verdad van a acabar dando con pensamientos que no habrían podido conseguir de otra manera.

La razón de esto es que, rodeado de estímulos, elegir aburrirse es lo más insulso que hay.

Imagina que vas de viaje a las Vegas y visitas uno de esos enormes casinos. Nada más entrar te encuentras rodeado por luces destellantes de todos los colores, risas, aplausos, gente maldiciendo a la suerte, ruidos de maquinitas, bebidas gratis, etc.

Ahora razona, ¿crees que al salir de semejante lugar podrías decirme de qué color era el techo?

Lo más seguro es que, si no fuese especialmente llamativo o fueses arquitecto, no te acuerdes y digas uno parecido o el mismo que tenían de las paredes. De hecho, es sencillo que olvidases el nombre de la recepcionista que te atendió, cuántas mesas de póker había y el dibujo de las fichas que te intercambiaron por dinero.

Para haber hecho todo eso exitosamente tendrías que haber estado aburrido, muy aburrido. Solo así te habrías fijado en esos pequeños detalles y tu mente habría podido hacer una curiosa asociación entre ellos que seguro recordarías a la salida.

El problema es que ni los monjes del Himalaya podrían lograr semejante hazaña, porque su cerebro funciona como el nuestro, captando los estímulos más relevantes y obviando los demás.

Solo aquellas personas que procesasen la información de manera diferente, como las que padecen de autismo, serían capaces de conseguirlo, y dudo mucho que aguantasen en un lugar así.

Si trasladamos esta característica al mundo paleolítico entenderíamos porqué hemos evolucionado para reaccionar ante lo llamativo y no a estar tan inmersos en una tarea que obviamos el alrededor.

Porque aquellos que huyeron rápidamente del lugar donde habían visto unas hierbas moviéndose tuvieron más posibilidades de evitar ser devorados y dejar descendencia (nosotros) que aquellos que prefirieron seguir observando como un bichito colorado trepaba una hoja amarilla y alargada.

Y la consecuencia de este mecanismo evolutivo no viene a ser otra más que:

No Sabemos ni Podemos Distinguir Acertadamente

no sabemos elegir

Tanta fue la selección que la naturaleza hizo por ese fenotipo que a todos nos resulta imposible no desviar nuestra atención cuando escuchamos a alguien discutiendo en el piso de al lado o una ambulancia pasando por la calle, por muy concentrados que estemos en una tarea.

La gracia del asunto es que estamos preparados para reaccionar ante los estímulos, pero no a priorizar entre ellos si son de una categoría similar.

Y esta tendencia que puede deberse a que en el pasado los estímulos artificiales eran bien pocos, hoy en día juega en nuestra contra. Dejándonos indefensos ante aquellos hackers mentales que conocen este punto débil e incluso pudiendo padecer de la temida parálisis por análisis.

 

Si bien la toma de decisiones no es un proceso que demande demasiados recursos cognitivos cuando las opciones son escasas, este proceso se puede volver un infierno en el momento en que éstas son más de las que podemos abarcar.

Algo que perfectamente puedes comprobar en otra situación cotidiana:

Es verano, estás en la playa y te das el lujo de comerte un helado después de haber logrado el primer mes de cambiar tu dieta.

Vas a la heladería artesanal que está nada más salir al paseo marítimo y te encuentras que tienen 4 sabores distintos: chocolate, vainilla, fresa y nata. Todos tienen buena pinta, pero seguro que ya tienes en mente cual vas a coger, así que sin tener que hacer casi cola lo compras y vuelves al sol a comértelo a gusto.

El siguiente mes vas a otro sitio de vacaciones y repites la operación para celebrar el segundo mes. Pero esta vez la heladería cercana es enorme, hay 3 personas trabajando y una cola larga.

Antes de ponerte a esperar decides echar un ojo a la vitrina, y para tu sorpresa llega hasta el fondo de la tienda. No puedes contar cuantos sabores hay, tan solo sabes que tienes los mismos de la otra vez más otros “tradicionales” y muchos de los que desconocías su existencia, como el sabor pitufo, red velvet, redbull, donuts, pikachu, aguacate, vino tinto, etc.

Mientras haces la cola tratas de pensar cual elegirás. Abrumado por tantas posibilidades desconectas y ves que los de delante están también aclarándose, así que decides coger el mismo que ellos ya que te parece que tienen buen gusto.

De repente una niña sale con un helado de pistacho y le transmite a su madre lo rico que está, lo que te hace dudar sobre tu decisión, ya que nuca has probado ese sabor.

No sabiendo que hacer, cuando llega tu turno le pides al heladero que te deje probar el de pistacho, y, como los de delante, el de whisky y el de kit-kat. Pero no te convence ninguno lo suficiente.

Intentas decidir otros 30 segundos y acabas cogiendo el de menta chocolate. Vuelves a tu toalla.

Una vez allí parecería que estuvieses tranquilo, pero en el fondo no te estás comiendo ese capricho tan a gusto como la primera vez, porque sigues pensando que había una opción mejor.

 

Este curioso escenario es posible gracias al, comentado antes, exceso de información, para el cual no solemos estar preparados y que acaba consiguiendo que tomemos una decisión precipitada.

Lo que a largo plazo provoca que dejemos de valorar lo que tenemos.

Consecuencias de nuestra Limitada Capacidad de Valorar

Nuestros instintos básicos a la hora de estimar las cosas funcionan como un niño de 5 años: Queremos aquello que no tenemos y cuando lo tenemos queremos otra cosa.

Algo que se refleja especialmente en 2 áreas, el amor y las finanzas.

Cuando conoces a una persona por la que sientes atracción no puedes evitar pensar en su ser de vez en cuando e imaginarte situaciones en las que te encuentras con ella, del modo que la veas.

Una vez que lo consigues todo se esfuma, puede que dure algo más o algo menos, pero el amor sigue siendo un tema complejo y conseguir evitar esto también.

Así, después de estar un tiempo con una persona, ya sea sexual o románticamente, tu capacidad de valorarla se ve mermada por 2 motivos. El primero es que en la sociedad actual te encuentras miles de opciones más y tu mente se traba igual que con la heladería grande, el segundo es que inconscientemente dejas de ver a esa persona como una opción y la comienzas a dar por sentada.

Por otra parte, la sociedad que hemos construido nos insta a gastar dinero para satisfacer “necesidades”, siguiendo el ideal capitalista. Eso genera una deuda que tratamos de sanar ganando más dinero, pero que mantenemos al volver a gastar.

La razón por la que gastamos ese dinero nuevo que conseguimos es que siempre surgen nuevas “necesidades”, y lo comprado anteriormente ya no nos vale.

Escenario en que dejamos de valorar lo que vale el dinero porque dejamos de verlo como un fin, sino como un simple medio para conseguir algo más.

Pero si te fijas existe un patrón común, y eres Tú.

 

Tu situación personal y tus creencias te moldean e incitan a tomar ciertas decisiones frente a otras, y en estos tiempos ya viste que tomar decisiones no es nuestro fuerte.

Por ello, eso mismo es la simple pero desconocida razón por la que tienes problemas en el amor y el dinero, y lo que consigue alejarte de poder valorar ambos.

Pues no estás decidiendo sobre una pareja por elección, sino sobre una por condición. Y no estás apreciando el dinero que tienes y lo que consigues con él, sino el propio hecho de comprar, algo que escapa a tu área de influencia.

Como afirmaba el psicoanalista Erich Fromm: «si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás».

Entonces te preguntarás, ¿cómo puedo hacerlo? ¿cómo voy a conseguir trascender mi situación y entrenar a mi mente para que se relaje y me deje ver aquello que hace especial a lo demás?

3 Claves para Valorar lo que Tienes

Si quieres valorar lo que tienes primero has de estar comprometido a ello. De nada vale quererlo brevemente si luego uno se ve tentado por esas otras opciones distractoras.

Por lo que para evitar esto último la primera clave es:

Aburrirse

Abúrrete. Como se comentaba al principio, aprender a aburrirse de verdad es paradójicamente un logro muy entretenido.

Para ello tendrás que evitar ceder el control a tu tendencia instintiva y emocional y no dejarte guiar por ellas, para abrazar tu lado más racional.

Una vez consigas esto, verás como esa parte objetiva de ti es capaz de analizar de forma precisa la realidad que te rodea. No dando mayor importancia a una cosa antes que a otra por cómo cree que te puede afectar, sino dándole la que realmente se merece.

Dejando de prestar atención a cosas que ha visto que solo tienen un efecto momentáneo sobre ti y comenzando a ofrecérsela a aquellas que realmente considera esenciales.

Solo desde esta perspectiva objetiva consigue enganchar con la siguiente clave perfectamente.

Valorar a las cosas como se merecen

Tendemos a dar a ciertos eventos o personas más importancia de la que se merecen por cuestiones totalmente irracionales. De igual manera, infravaloramos otras por las mismas razones.

Por ejemplo, y continuando con el tema de la pareja, no puedes dar por sentada una relación con alguien. Las relaciones son dinámicas, cambian cada día ya sea para mejor o para peor.

Por eso no puedes tratar a tu pareja narcisistamente como si fuese un objeto que te perteneciese de toda la vida, aunque llevéis 25 años casados.

A la pareja hay que conquistarla día tras día. Ella, aunque lo haga ya desde la cercanía, tiene que poder seguir viendo a la persona de la que se enamoró o incluso a una más especial. Y eso mismo le servirá de refuerzo positivo para que mantenga la decisión de seguir contigo.

Para hacerlo basta con simples detalles: que vea que te preocupas por ella, que has reservado un huequito el finde para hacer algo juntos, preguntarle como va su emprendimiento y apoyarla, hacerle un día la cena, incluso un sencillo beso seguido de un sincero “te quiero” vale.

De tener una actitud contraria y excesivamente despreocupada lo más probable es que la otra persona empiece subconscientemente a fijarse en las otras opciones de “helado” que había y a preguntarse si hizo bien escogiendo ese. Y en el “peor” escenario acabará comprándose otro.

Quizás te preguntes cómo conseguir valorar como se merece a una persona con la que llevas tanto tiempo sin perderte en el camino.

Y aunque parezca irónico, pues probablemente seas de las pocas personas que la conoces en sus fortalezas y debilidades, a veces es sencillo distraerse con esa realidad externa llena de estímulos.

Para solventar eso, la última clave incluso hará que te guste algo que apenas lo hace.

Pensar qué pasaría si no hay nada más

Así de claro. Si solo existiese en el mundo aquello a lo que quieres valorar y nada más no te quedaría otro remedio que acabar valorándolo.

Puede que pienses que sería al contrario, pues solo existiendo eso lo darías por contado antes, pero la verdad es que no es así. Ya que, teniendo solo una cosa y no habiendo nada más, el miedo a perderla te instaría a cuidarla como oro en paño, por poco que te gustase al principio.

Si no lo pillas te pongo otro ejemplo en el que se combinan todas estas claves:

Vas de viaje a EE. UU. y alquilas un coche para ir de excursión por el país. Mientras estás viajando decides poner la radio, ya que no dispones de datos móviles y no tienes música descargada.

Para tu sorpresa, salta una emisora que solo reproduce música country, el tipo de música que menos te gusta. Decides cambiar de emisora pero los botones no funcionan, es esa o nada. Apagas la radio.

Llegas a un par de sitios, turisteas, y vuelves al coche para ir a otro estado. Esta vez tienes no tienes mucho en que pensar y el trayecto es largo y monótono. Te aburres, así que, sin pensarlo mucho y queriendo sentir algo, aunque sea un estímulo desagradable, enciendes la radio.

Tu cara es de asco, pero no la apagas, decides reírte y criticar el estilo un rato. Algo después suena una canción que capta tu atención, la escuchas detenidamente y te quedas con el ritmo.

Suenan un par de canciones más y te encuentras a ti mismo tarareando en tu cabeza el estribillo de la que te había cautivado.

A los días te acabas montando en el coche y encendiendo la radio antes de arrancar, empiezas a disfrutar de ese tipo de música y reconociendo los patrones que la hacen especial, porque has aprendido a valorarla como se merece.

Finalmente, cuando vuelves a tu casa, ya no recuerdas esa experiencia como algo que no te gustaba, sino como un anclaje agradable que te hace recordar el buen tiempo que pasaste allí.

 

Este pequeño escenario que me acabo de inventar, pero que es totalmente factible demuestra que el hecho de que no valoremos las cosas que tenemos adecuadamente no se debe a una capacidad inherente que tengamos, sino a que estamos demasiado distraídos para hacerlo.

Así, cuando no te guste algo por razones poco objetivas o te encuentres mostrando poca tolerancia hacia cierto tipo de personas, simplemente prueba a hacer este ejercicio. A imaginarte que lo único que haya sea aquello con lo que te quieres reconciliar.

Para poder valorar de forma ecuánime lo que tienes y poder estar con ello en paz.

 

Decía Cicerón: «Los hombres sabios nos han enseñado que no sólo hay que elegir entre los males el menor, sino también sacar de ellos todo el bien que puedan contener».

 

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