No Puedes Ayudar a quien No Quiere ser Ayudado

No Puedes Ayudar a quien No Quiere ser Ayudado

ayudar a quien no quiere ser ayudado - ayudar a alguien

No puedes ayudar a alguien que no quiere ser ayudado

 

Esto que puede sonar muy tonto encierra una dura verdad: Si una persona desprecia tu ayuda, por el motivo que sea, tú no puedes hacer nada.

Ni siquiera puedes usar métodos como la amenaza o el chantaje, pues entonces ya no sería una ayuda, sino una manipulación u obligación.

Porque ayudar no solo depende de “tu buena fe”, sino también de la actitud del otro.

Y si alguna de las partes falla el proceso no puede darse.

 

Proclamaba Sófocles: “Los cielos nunca ayudan al hombre que no quiere actuar”.

En un mundo donde literalmente no nos caen las cosas del cielo, hemos de trabajar por conseguirlas. A pesar de ello, muchos prefieren no cambiar y resentirse en su situación.

Personas que pueden despertar tu empatía y tu condición altruista, pero que en el fondo les da igual irse solos al hoyo que acompañados.

Por eso, con la finalidad de discernir quién precisa de tu ayuda de quién seguirá igual después de ofrecérsela, habrás de conocer al otro y, más importante, a ti mismo.

¿Ayudas por Él o Ayudas por Ti?

No serán pocas las veces en que yo mismo he tratado que una persona cambie su comportamiento o forma de ser porque no era capaz de aceptar como era.

Esto no significa que no puedas hacer nada ni tratar temas que te afectan con aquellas personas con las que tengas confianza. Lo que realmente implica es la necesidad de conocer tu situación personal antes de abordar la de otro.

Porque tampoco han sido pocas las veces en que personas ajenas (más cercanas o menos) han tratado de que yo cambiase, cuando estaba perfectamente a gusto con mi situación.

El motivo de esto es sencillo: el Ego de la gente suele reinar su pensamiento y se dedica a predecir el de los demás. Así, si ve o sospecha que se puede producir un cambio que vaya a “perjudicarle”, hará todo lo posible por evitar que se produzca.

Maniobra que llevará a cabo usualmente en forma de manipulaciones y tratando de socavar sentimientos de culpabilidad en el otro, quien, de no ser lo suficientemente asertivo, caerá en el juego psicológico y rehuirá la conducta iniciada.

 

Antes de ayudar al otro pregúntate, o pregúntale mejor: ¿está inconforme con su estado? El problema de no llevar a cabo este primer paso es que llegues a un escenario donde el único incómodo con la situación seas tú.

Escenario en el que el hecho de que esa persona no quiera ser “ayudada” acaba hablando más de ti que de esa persona.

Entonces, deja de cubrir tus propias inseguridades con el velo de la caridad y acepta que muchas personas son felices como son, te guste su situación o no.

Y esto nos lleva al siguiente punto decisivo para abordar estas situaciones.

Antes de ayudar al Otro, ayúdate a ti Mismo

ayúdate a ti mismo

Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el nuestro.

Como ya se comentaba, tu Ego hará todo lo posible por cambiar el mundo externo y evitar cambiarse a sí mismo.  Pues, tener que cambiar, para él supone la posibilidad de no ser válido, y eso no le gusta.

Aun así, es necesario. No solo para poder distinguir entre esas situaciones en las que se prescinde de tu “ayuda” de las que no, sino para poder ayudar de forma sincera a quien lo necesita.

Algo que muchos no tienen en cuenta (y te sorprenderías la cantidad de gente al borde de la depresión o con otros problemas como dependencia emocional dando consejos a los demás).

De ahí la importancia de, si tú eres el que tienes los problemas, detectar cual son las condiciones de la persona que te está ofreciendo la ayuda. Debido a que la mayoría de las veces el sentido de éstas será directamente proporcional a su situación personal.

Es decir, que suele ser mejor que aceptes un consejo de alguien a quien consideras una persona positiva y con cualidades que te atraen que el de otro que vive sumido en la miseria y lamentándose por cualquier cosa.

No solo porque el consejo de los últimos pueda ser una mierda, sino porque muchas veces tus problemas desaparecerán y te verás irremediablemente arrastrados a los suyos. Ya sea a consecuencia de que “tú no les entiendes” o a la de que “no sabes por qué están pasando”.

Y de la misma manera, si tú eres esa clase de persona con unos problemas por los que “nadie te puede ayudar” tienes toda la razón del mundo.

Nadie puede ayudarte porque solo puedes ayudarte tu misma. Y esto lo harás de 2 formas:

  1. Agradeciendo y teniendo en consideración la ayuda ajena, te parezca muy buena o una mierda en un primer momento.
  2. Admitiendo que no eres la única persona con problemas y que, a veces, las personas que te están tendiendo su mano pueden estar peor que tú, aunque no lo parezca.

De ahí la importancia de ayudarte a ti mismo antes de ponerte manos a la obra para tratar de ayudar a los demás. Porque de no hacerlo no les darás tu mejor versión ni estarás siendo congruente con lo que predicas, sino que solo parchearás el encuentro.

 

Ahora bien, pongamos que tienes tus problemas controlados, en proceso de abordaje y que además sientes la necesidad de ayudar a alguien cercano que perfectamente podría estar en la misma situación que te encontrabas al comienzo.

¿Cómo lo haces?

Considero que existen 3 puntos muy importantes para cubrir esta necesidad. Cada uno es potente de por sí, pero juntos crean la sinergia perfecta para intentar ayudar a esa persona dentro de lo que tus posibilidades te permiten.

Así que vamos a verlos (como siempre dejando el más importante para el final):

1. Distancia

distancia

La razón por la que el punto anterior era importante es clara: Es imposible resolver los problemas de otros si aún no has conseguido resolver los tuyos.

Al intentarlo, lo más probable es que ambos se acaben entremezclando, dejando de saber cuál estás trabajando por mejorar o, peor aún, resultando en un problema mayor.

Y si ya te costaba resolver uno ajeno o incluso uno propio imagina como es resolver uno el doble de grande, por mucha compañía que tengas.

De ahí la clave de saber distanciarse, no porque seas frívolo o te falte empatía. Al contrario, porque haciéndolo vas a delimitar bien estos diferentes problemas, para así poder trabajar objetivamente sobre ellos.

Es más, al igual que el dicho “dos no hablan si uno no quiere”, hacer esto no depende de ambas personas. Contrariamente, las trabas se van a resolver cuando empieces a hacerlo tú.

Quizás el otro no haya llegado a ese nivel de consciencia o quiera desahogarse por completo en tu persona. Pero gracias a ese distanciamiento tú serás capaz de discernir entre lo que puede ser trabajado y los argumentos puramente subjetivos que solo lastran el alcance de los objetivos.

Prudencia, esa es la virtud que Aristóteles defendía como una racionalidad práctica requerida para tomar las mejores decisiones en la vida diaria. Promoviendo un marco analítico y un buen punto de comienzo para poner en práctica las demás virtudes.

Al fin de cuentas, esta virtud es la que evitará que te veas absorbido por los problemas de aquel al que quieres ayudar y de verdad consigas hacerlo o intentarlo, siempre desde una objetividad.

Pues una cosa es que tengas empatía y otra es que te comas un marrón innecesario y acabes volviendo a casa con un problema más del que saliste.

Ya recomendaba Pitágoras: “Ayuda a tus semejantes a levantar su carga, pero no te consideres obligado a llevársela”.

Claro que está bien que compartas tus afecciones con los demás y escuches las de estos, pero lo importante es comprender que los problemas, como se mencionaba antes, son personales e intransferibles. Y llevártelos pegados no va a resolverlos de ninguna manera, sino que hará que los tuyos se vuelvan más complicados.

Y si esperas que los demás sigan resolviendo tus problemas puedes seguir esperando. No solo porque intrínsecamente no pueden, sino porque esperar esto no te va a dar la independencia y madurez necesarias para aprender a resolverlos por tu cuenta.

Te preguntarás: “¿Entonces como ayudo a alguien cercano si para ello tengo que mantenerme distante y disociado de mis sentimientos subjetivos hacia él?”

Para esto es importante el siguiente punto:

2. Confort

comodidad

Establecer unas barreras emocionales con una persona para evitar que algunos temas te sobrepasen no implica que dejes de quererla o que no te importe.

Al contrario, implica que profesas un amor incondicional hacia tu persona y la suya cuyo propósito es tratar de hacer que los 2 estéis lo mejor posible.

Un estado para el que es probable que tengas que dejar de lado vuestra relación personal cuando trates de resolver los problemas que la atañen.

Lo que si puedes es seguir manteniendo cualidades como el confort. Una cualidad que dará al otro la comodidad suficiente para que pueda trabajar contigo sin que te sienta como un extraño.

Es más, si no te distancias y te involucras más de lo que deberías es probable que el proceso sea contraproducente, ya que al presionar mucho a la otra persona acabará por cerrarse.

Por eso, crea un ambiente en el que se pueda abrir y no se sienta juzgada. Un ambiente en el que pueda confesarte sus miedos, bajezas y obstáculos más profundos porque tenga la certeza que, si bien no vas a ser su psicólogo, eso te va a ayudar a comprenderla mucho mejor.

Hazle saber que estás ahí y que estás dispuesto a contribuir a su causa siempre que sea factible y no sea mediante exigencias.

Pregúntale si hay alguna manera en que puedas ser útil y valora la procedencia y filtros que sus respuestas puedan tener para, con el distanciamiento preciso, ofrecer un cariño y cercanía que reafirmen a la otra persona que no está sola y tiene puntos de apoyo si los necesita.

 

Estos 2 últimos puntos asientan la base sobre la que vuestra relación tiene que girar, pero ¿qué hacer cuando ves la resolución del problema tan obvia y la otra persona tan lejana?

Para eso es importante el último punto, uno destinado a mostrar tu mejor versión con la finalidad de que aquel al que quieres ayudar pueda seguir tu ejemplo.

3. Ejemplaridad

La gente no quiere cambiar, por eso tienes que animarles a hacerlo.

Y eso es complicado, porque donde muchos prefieren decir lo que los demás tienen o deberían hacer, exigiendo un comportamiento y actitud específica, animar desde el propio ejemplo se vuelve una odisea.

Lo curioso es que, a pesar de que probablemente sea lo más “difícil”, ya que los efectos no se ven a corto plazo, a la larga es lo más aporta.

Tan solo piensa en cuando eras pequeño: ¿cómo era más fácil que modificases tu actitud de forma voluntaria?

A no ser que fueses una persona muy obediente y sin voluntad, Ego ni deseos personales, era más fácil que tu forma de ser fuese moldeada en base a tus referentes personales que en base a exigencias, especialmente de tus padres.

Y puede que eso lo diferenciases más, no es mi caso, si uno de tus padres actúo como un gran referente personal mientras que el otro lo hizo como un incordio o lastre, subjetivamente.

Como explica la película Origen, es más sencillo que alguien haga algo específico cuando Cree que la idea se le ocurrió a él que cuando se le dice explícitamente que lo haga.

El responsable de este mecanismo es el propio Ego, y en una situación donde la persona “no quiere ser ayudada” este reina sus pensamientos.

Así en vez de tratar de eliminarlo, situación que conseguiría justo lo contrario, orientarlo en su propio beneficio es la mejor baza.

La moraleja de esto sería: No seas el padre de nadie, deja que los demás aprendan y descubran su propio camino.

Incluso deberías “dejar de ser” el padre de tus hijos en el sentido jerárquico, pues donde las figuras paternofiliales pueden volverse grandes referentes y apoyos, es muy fácil que se vuelvan innecesarias u obstaculizadoras en su maniobra de “ayuda desinteresada”.

¿Cómo ves a tus padres? ¿Cómo unos amigos con experiencia o como unos jefes intransigentes? La respuesta a esta pregunta revelará cosas sobre tu relación con ellos y muy probablemente sobre tu relación con los demás, ya que tendemos a imitar sus procederes.

 

Si de verdad buscas ayudar a otra persona no trates de ayudarla. Compréndela, apóyala y muéstrale con hechos tus motivos.

Cada uno ha de encontrar su propio camino y sentirse acompañado en el proceso, eso es lo esencial. Pues con esto sentirá que es dueño de su vida, y tendrá una inclinación a la acción en contra a la impotencia y resignación, y una disposición a hacer las cosas diferente.

Deja de dar pescados y deja de dar cañas. Mejor, explica como fabricar una a partir de materia prima para que cada uno pueda moldear la suya.

Después, muéstrales como te construyes o construiste la tuya, como la utilizaste adecuadamente para suplir tu necesidad y como ahora la caña trabaja más para ti que lo que tu trabajaste para ella.

Decía Mahatma Gandhi: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”. E inevitablemente el contagio emocional vendrá después. La respuesta ajena no siempre será la esperada, pero será la mejor que pudo ser.

Pues siguiendo esta metodología es como, si deciden seguir tu ejemplo, podrán encontrar el suyo propio. Sintiéndose a la larga más confiados y deseosos de seguir que con cualquier otra.

En definitiva, esas personas no querían ser ayudadas igualmente y eso escapaba de tu área de influencia. Pero lo que no lo hacía era mostrarles tu propio camino, ofrecerles ánimo y confort y, desde la distancia, ser un apoyo para que recorriesen confiados el suyo.

 

Afirmaba Albert Einstein (o quizás Schweitzer): “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.

 

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