¿Cómo Comprendes la Realidad?
Comprender la realidad.
Un hito que muchos han intentado abordar pero que ninguno ha conseguido lograr.
Parecería algo sencillo, hasta que uno se da cuenta del abismo que separa al Yo de la realidad que le rodea. Un abismo a día de hoy insalvable.
Varios filósofos han intentado averiguar qué hay entre medias y cómo podemos llegar a entender ese mundo externo fielmente.
Algunos, como Kant, pusieron de manifiesto que había una serie de filtros que hacían comprender la realidad de manera similar entre los humanos. Si bien seguían distorsionando ésta, cediendo todo el poder al Saber.
Otros postmodernos, como Nietzsche, alegaron que esos filtros no serían objetivos, sino propios de cada uno y el significado que se les quisiera otorgar, dejando todo el peso en las interpretaciones personales.
Y varios más, como Ortega y Gasset, se centraron en descubrir como la experiencia, las circunstancias de cada uno, condicionaba ese acto de comprensión.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que sigue existiendo un problema a la hora de entender la Ontología, esa rama de la filosofía que se encarga del estudio del Ser.
Principalmente, encontrando dificultades entre la distinción de Saber y Ser. Además de otras a la hora de hacer una distinción entre…
Realidad Externa y Realidad Interna
No tienes recuerdos per se.
Lo único que posees son unas conexiones neuronales específicas que al ser estimuladas simulan condiciones vividas durante un momento concreto.
Estas simulaciones podrán ser por tanto más o menos fiables, ya que no dependen de la integridad de lo externo, sino de la integridad del “recuerdo” que se forme de ello.
Al fin y al cabo, estos recuerdos dependerán del adecuado proceso de estimulación de las conexiones neuronales implicadas y la fidelidad de la red (que no haya interferencias).
Para entender esto tan solo hace falta que pienses en un niño pequeño, 1 o 2 años está bien; Ese niño obviamente está creciendo y no ha nacido con pleno conocimiento del mundo. Más bien es como esa tábula rasa que proponía Locke, una pizarra en blanco que ha de aprender a estructurar sus contenidos y darles sentido.
Cuando tú, entusiasta de los hongos, tratas de contagiar a ese niño tu pasión por la micología, él no entiende nada. A pesar de que le enseñas fotos, especímenes que has recogido y le cuentas tus expediciones más alocadas, el niño se dedica en exclusiva a mirar tus histriónicos gestos y llevarse a la boca la Amanita muscaria que le acabas de enseñar.
Pasarán años hasta que esa pequeña criaturita entienda la diferencia entre cada especie y su relevancia, si es que siquiera se interesa por el tema. ¿Significa eso que lo que le estás enseñando carece de sentido e integridad? No, de hecho tú lo entiendes.
La diferencia entre el niño y tú es que mientras que tú tienes tus conexiones neuronales adaptadas y entrenadas para diferenciar esos interesantes hongos, el niño no las tiene del todo preparadas para comprender todo lo que le rodea.
Así vemos como la realidad externa solo existe afuera, tú solo posees tu realidad interna.
Además, como has comprobado con el ejemplo, la realidad externa no puede entrar directamente dentro de la realidad interna, tengas la edad que tengas.
Si eso fuese posible la realidad externa dejaría de ser ella misma y nosotros seríamos eso que en un principio considerábamos externo, sin saber que ahora formaría parte de nosotros.
Puedes comprobar que esto no es posible comparando conceptos externos e internos que si bien comparten el mismo nombre no son iguales, por ejemplo, la motivación.
Cuando necesitas estar motivado quizás ves algún vídeo, lees algún artículo o pides ayuda a un amigo. A pesar de que todos ellos pueden ofrecer distintas formas de motivación podrás comprobar que ésta es muy diferente a la que tú mismo experimentas (en tu realidad interna). Porque la motivación externa inspira, pero la verdadera motivación surge del interior.
Entonces, …
¿Cómo Integramos una Realidad Dentro de la Otra?
Para ilustrar este proceso podemos utilizar otro elemento común que nos ayudará a distinguir entre ambas realidades y ver cómo se relacionan entre ellas: los colores.
A menos que seas ciego total o al color darás estos productos de la luz por contado.
Harás esto con tanta vehemencia que Creerás firmemente que los colores que tú percibes forman parte de aquello que te rodea. Pero lo cierto es que estos colores solo existen en tu realidad interna y la de aquellos que la experimentan de forma parecida.
Esos colores que ves no son inherentes, sino el producto de la luz reflejada por una o varias cosas concretas. Es decir, la manzana verde en el frutero de tu cocina no es verde, sino que refleja el color verde, el cual será captado por tus ojos.
La manzana no es de ningún color en sí misma, por eso cuando es de noche y no das la luz la ves oscura, porque apenas está reflejando luz. Pues si realmente fuese verde la verías siempre así, de noche y de día.
La luz que en condiciones normales no es absorbida por esa manzana y es reflejada llegando a tus ojos tiene una frecuencia de onda que conoces como una tonalidad del color verde. Esta onda llega a tus ojos y penetra hasta la retina, donde será captada por unas células fotorreceptoras llamadas conos, que transmitirán la señal al nervio óptico.
Esa señal eléctrica que se propague por esos nervios y llegue finalmente al área occipital del cerebro (encima de la nuca) será la que sea procesada en lo que conoces como el color verde. Por eso la mayoría de los humanos podemos apreciar ese espectro de la luz visible.
Curiosamente, otros animales como los mosquitos no pueden ver el color verde de la manzana. Pero quizás podrían llegar a ver un gusano vivo dentro de ella, ya que son capaces de ver colores dentro del espectro infrarrojo.
Y en el otro extremo, una abeja que pasase al lado de una manzana “roja” contigua a la verde no vería este otro color. Pero sería capaz de diferenciar rápidamente si hay algún hongo creciendo sobre ella, ya que tiene la capacidad de ver colores dentro del espectro ultravioleta (UV).
Todo esto nos reafirma que los colores no dependen en última instancia de la realidad externa, si bien están fuertemente influenciados por ella (colores físicos). Sino que estos son interpretados por la realidad interna en función de la capacidad de visión que se posea y la luz presente.
Incluso entre tú y yo existen variaciones interpersonales (principalmente genéticas) que nos hacen percibir esa misma manzana con tonalidades muy parecidas, pero nunca iguales.
Estas variaciones subjetivas de cada experiencia individual en torno a una misma realidad externa son en lo que psicología se conocen como qualia. Y esto no solo pasa con los colores, sino con muchos más sistemas, como el de la percepción del dolor.
A pesar de estas explicaciones sigue pendiente una cuestión:
¿Qué es lo Que Tenemos en Nuestro Cerebro?
El cerebro es un órgano con millones de neuronas y conexiones que “almacena información”.
Anteriormente, hemos radicado que la realidad externa no puede existir íntegramente en la realidad interna. Por ello, el cerebro no guarda esa realidad externa, sino una representación más o menos fiel de ella a la que poder acceder si lo necesita.
Básicamente, es una asociación que crea capaz de simular no materialmente los detalles más relevantes de algo que sí lo era. Podríamos decir que produce una especie de fotos filtradas, es decir, unas imágenes mentales en las que unos píxeles concretos son más nítidos que otros.
Cuando, por ejemplo, yo vi el cojín blanco que había en mi salón, éste no pasó a existir en mi cabeza (tampoco cabría). Lo que obtuve de él fue esa asociación entre la realidad externa que conformaba y la realidad interna que lo interpretó en ese momento.
Esta asociación acabó finalmente por transformarse en una imagen mental, esa fotografía con resolución desigual creada por mi cerebro que almacenará o eliminará según le convenga.
Cuando no tengo ese cojín blanco delante puedo visualizarlo, imaginarlo. Y esto puedo hacerlo mediante una estimulación de esas mismas neuronas que crearon la imagen mental de éste.
Que tenga la capacidad de hacer esto indica que son esas asociaciones sinápticas entre diferentes neuronas y redes neuronales las que me permiten recordar el cojín cuando no lo tengo delante.
Algo que también explicaría que al no existir como tal en mi mente no pueda recordarlo en su integridad, con todos sus detalles. Pues de lo que tengo recuerdo es de aquello que mi realidad interna creyó conveniente en su momento o que puso especial énfasis en procesar.
No sé ni sabré cuántas arrugas tiene el cojín a menos que me ponga a contarlas y estudiarlas conscientemente. Porque mi común capacidad de memoria (en contraposición a la de otras personas como los savant) solo se queda con lo relevante del cojín, como la forma y el color. Y todo esto lo hace sin siquiera molestarse en pararse a procesar su presencia.
De ahí que, como yo, seguro que varias veces has podido experimentar la sensación de “¿de dónde ha salido esto?” refiriéndote a un objeto que no habías “visto” antes. Porque es muy fácil que concentrado en una tarea la mente no ponga recursos en procesar las demás partes de la realidad externa, si bien ya las ha visto subconscientemente tiempo atrás.
Conclusiones que Podemos Sacar
Realidad interna y realidad externa son conceptos muy distintos que pueden interaccionar entre sí, pero nunca fusionarse el uno en el otro.
A día de hoy estamos solos con nuestra propia mente. Nadie puede entendernos ni nosotros podemos entender a los demás. Todo aquello que hacemos es un intento más o menos efectivo por conseguirlo a partir de los estímulos que naturalmente nos llegan o los demás nos intentan transmitir con las limitadas formas de comunicación.
Los colores, como muchas otras cosas, son una ilusión. No existen en la realidad externa de la misma manera en que existen otros procesos como la gravedad, sino que son una pseudo-propiedad de las cosas que inferimos sobre ellas a pesar de no poder percibir fielmente.
Los qualia son las variaciones subjetivas en las percepciones que explican que tú y yo nunca veamos un mismo color de la misma manera.
La inhabilidad para describir los qualia propios se conoce como vacío explicativo. Éste se debe mayoritariamente a esas carencias en nuestras formas de comunicarnos. Sin embargo, si tuviese alguna manera de transmitir los mismos estímulos procesados a dos personas, éstas podrían llegar a comparar como los sienten ambos. Algo que quizás pueda lograrse con dispositivos como el que está diseñando Neuralink, encontrando otra forma de relacionarnos entre nosotros.
No tenemos recuerdos almacenados de las cosas per se, sino representaciones mentales conformadas por asociaciones específicas que nos ayudan a movernos por la realidad externa.
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