La Religión son los Papis que tienes de Adulto

La Religión son los Papis que tienes de Adulto

la religión son los papis

Te gusta que te manden y den órdenes.

 

No es algo personal, sino implícito en tus genes.

Puede que no, y seas un líder nato. Caso en que probablemente vayas en contra de lo comúnmente arraigado o, por el contrario, resuenes tanto con ello que seas un gran exponente y ejemplo.

Aunque, a excepción del caso anterior, y a pesar de él a veces, presentas una predilección por recibir mandatos y sentir que formas parte de algo.

Además, esto último te gusta hacerlo creyendo que hay “algo más”. Representando la habitual expresión de la dimensión espiritual del ser humano.

Proyección que suele cobrar “sentido” en uno o varios entes omnipotentes y fuera del alcance de tu mente racional limitada.

Entes cuya “función” consistiría en observar tus acciones y corresponderlas en base a unos valores morales previamente establecidos, a pesar de que la mayoría no lo han sido por su propia mano. Unos valores de dudosa procedencia, sin meternos en el imperativo categórico kantiano, que no cuestionas porque Crees que…

No serás Recompensado

ser recompensado

De niño, no tienes noción de lo que es Dios. Apenas has “superado” una etapa en la que Creías ser el centro del universo, no puedes pasar a otra en la que lo es otra “cosa” que ni sabes definir.

Por ello, prefieres representar ese ideal, aún incierto, sobre otro elemento con el que te puedas identificar más. En concreto, uno al que le puedas atribuir unas emociones humanas y rasgos antropomórficos.

Y si perteneces a la cultura occidental, lo más probable es que esta figura acabe siendo la de Jesús de Nazaret. Pero todavía en tu niñez, primará otra: los Reyes Magos.

Los Reyes Magos serán unos de los principales exponentes que marcarán tu infancia. Estos personajes solo aparecían 1 vez al año, y dejaban más o menos regalos acorde a tus acciones en el transcurso de éste (aparte de por los otros motivos que ya conoces).

El lema que escuchabas a tu alrededor, especialmente cuando se acercaban las fechas, era: “Pórtate bien, o no vendrán los Reyes Magos”. Además, no podías pretender engañarles y hacer una carta mintiéndoles porque, curiosamente, gracias a su componente “omnipotente”, sabían lo que de verdad habías hecho y lo que no.

Así, se iba plantando una semilla de condicionamiento en tu mente. De forma que adaptases tu comportamiento a lo que se esperaba de ti, con el fin de conseguir esa recompensa anual tan codiciada y evitar el castigo de su ausencia.

Semilla que, una vez germinada, seguiría dando brotes aunque esa primera flor perdiese tu atención. Pues, a pesar de descubrir su verdadera naturaleza, el hábito de regarla persistiría, solo que la disonancia cognitiva y otros sesgos te harían comprenderla como algo diferente.

Una situación donde, desde esa misma ingenuidad e inocencia que tenías de niño, ya no buscarías una recompensa anual, sino una más ambiciosa: la buena “vida” después de la muerte.

 

Lo cierto es que, cuando eres mayor, si bien tienes algo más desarrolladas tus facetas cognitivas, se te sigue haciendo complicado visualizar o comprender esa idea de Dios.

¿Qué haces entonces? Te identificas o depositas tu fe (nunca mejor dicho) sobre algunos exponentes que presenten esas mismas características que buscabas cuando eras niño. Un proceso que llevas a cabo con la misma ilusión que en el pasado, pues la semilla sigue siendo la misma.

Por ello, te es más sencillo leer la historia de Jesús o escuchar el sermón de tu cura que imaginarte realistamente conceptos del Antiguo Testamento, como la idea de que el mundo se formó en 7 días a partir de la nada y de que había serpientes parlanchinas que incitaban a comer manzanas.

Y de la misma forma que te comportabas a voluntad de “los Reyes Magos”, pasas a hacerlo a la de esos nuevos referentes. La diferencia es que la recompensa esperada y el castigo a evitar son más acordes a lo que pretenderías esperar con esa nueva edad.

Un proceso en el que lo único que consigues es, a la vez que creces, …

Obrar desde el Miedo

De pequeño, tienes a los percusores de los Reyes Magos, tus padres. Ellos te dicen (desde su subjetividad) que está bien, qué está mal y te muestran sus valores morales con el fin de que, los comprendas o no, te amoldes a ellos.

Si te portas “bien” se sentirán muy felices y puede que hasta te recompensen materialmente con ese juego que tanto les llevabas pidiendo, o con esa salida al lugar especial que tanto querías ir.

Si te portas “mal” se sentirán tristes, defraudados y cuestionados. Pero rara vez se sumirán en una depresión o se replantearán su integridad como individuos. Sino que, Egoicamente, aplicarán su poder jerárquico para privarte de tus gustos personales o de aquello que deseabas, como castigo.

Gracias a ese miedo que te infundían con las posibles represalias, tu comportamiento quedaba condicionado. Así, tu tenías 2 opciones: Te portabas acorde a sus intereses y no pasaba nada, o eras recompensado (en menor o mayor medida), o te portabas como te apeteciese en el momento.

Esto último podías hacerlo en base a tus intereses o, en muchos de los casos, para testear los límites que habían establecido tus progenitores. Una tendencia natural que derivaba en más trabajo para tus padres, quienes tendrían que ser los encargados de hacerte ver esos límites que, por tu bien, sería mejor no sobrepasar. Castigándote si se daba el caso.

¿Implica esto que el castigo no valga para nada y solo te haga la vida más desgraciada? A pesar de que pueda ser cómo tú lo sientas, la finalidad del castigo es que aprendas. Que aprendas a respetar esos límites y a no cuestionar la integridad de quién los establece.

La pena o reprimenda que implica éste variará en función de cuanto hayas sobrepasado los límites establecidos y la severidad de quién los impone.

En este caso, tus papis te imponían límites porque te querían. Porque (aún desde su subjetividad) deseaban lo mejor para ti, para la familia, y que no sufrieras.

¿Pero qué sucede cuando estos castigos carecen tanto de fundamento objetivo como de finalidad? Entonces, no nos encontraremos con un castigo, sino con una política del miedo. Con una intención Egoísta de imponer unas pretensiones para intentar suplir, fútilmente, una necesidad que realmente no es una necesidad, sino una premisa fundamental.

Si no lo entiendes, tan solo piensa en dónde irás al morir si te portas “mal”. A un…

Infierno sin Sentido

infierno sinsentido

El miedo a la muerte o miedo ante la incertidumbre que genera tener una experiencia finita es un miedo básico. Un miedo que se incrementa y teme todavía más cuando puede devenir en algo peor.

Esta es la razón por la que la posibilidad de experimentar un “castigo” infinito en el infierno aterra más que la posibilidad de morir y ya.

Un sentimiento que tiene una explicación muy arraigada y que puede acaparar la atención de tu mente y manera de obrar. Pero que, en el fondo, carece de un sentido objetivo. Porque, al igual que tus padres usaban a los Reyes Magos para “guiar” tu obrar, la verosimilitud de tener una experiencia horrenda trascendental es solo otro intento de condicionamiento infundado.

Por eso, los castigos con que la religión ejerce su política del miedo no son castigos, sino amenazas. Acertadamente, ya se preguntaba Hume qué finalidad ejercería el castigo de esa condena en el infierno cuando “toda la escena ha concluido”.

Pues, si te portas “mal” y vas al infierno a cumplir un castigo eterno, el propósito de ese castigo se disiparía. Ya no podría llamársele así porque esa amonestación no dará lugar a una corrección de comportamiento o, más específicamente, a su posibilidad, debido su carácter infinito.

Tampoco podría ayudarte a que verifiques la integridad de quienes te advirtieron, pues no podrás guiarte por más orientaciones suyas.

Además, no es solo que la religión surja del temor, sino que, en vez de servir como un consuelo para este (cosa que si pudiera hacer la espiritualidad), aumenta su percepción e intensidad.

Darte cuenta de esto y de la cárcel en que tú solito te has encerrado solo pone de manifiesto que ya va siendo hora de…

Independizarte

El momento de dejar atrás tus ataduras pasadas y de empezar a vivir por tu cuenta.

Sé que te asusta la idea de tener todo el control en tus manos, de decidir tu futuro profesional, de poder modificar genéticamente tu cuerpo y de saber que existe suficiente potencia nuclear para extinguir todo signo de vida del planeta.

Por eso, prefieres que haya personas u organizaciones que te manden y te hagan sentir que hay alguien por encima encargado de que no la líes lo suficiente. Como pueden ser las universidades, los comités bioéticos o la ONU, según los ejemplos anteriores.

Si bien es normal que presentes esta tendencia de pequeño, cuando aún estás empezando a averiguar cómo funciona el mundo, no lo es que ésta permanezca inmutable cuando eres un adulto funcional.

Necesitas dejar de creer en los Reyes Magos, en la benevolencia incondicional de las órdenes de tus padres y en los todos los designios de tu grupo religioso.

Y es que, en el momento en que experimentas la niñez o esa espiritualidad (en forma de religión) sin amor, sino con órdenes incuestionables, no podrás disfrutar del proceso.

Por el contrario, aprenderás a, de forma condicionada, responder a los estímulos primordiales que garanticen que, primero, no tengas un castigo y, segundo, maximicen tus beneficios.

Algo que harás consciente de que no estarás actuando desde tu individualidad, sino como un borrego más del rebaño.

Un rebaño de gente es lo que mueve el pastor de la iglesia, de ahí su nombre. En vez de pienso, les da ánimos espirituales y les guía para que no descarrilen. ¿Su forma de pagarle? Arrodillarse, no tanto como muestra de humildad, sino de sumisión (como hacen los perros al enseñar la tripa tirándose patas arriba), ante él o, más bien, la figura que él representa.

Por eso, aunque físicamente seas no necesites seguir viviendo con tus padres, sigues perpetuando el condicionamiento que obtuviste de ellos y los roles que desempeñaron.

Te sigues tomando sus consejos a pies juntillas y no los pones en duda. Pero, además, ahora también lo haces con otra persona que hace su papel. Y su nombre es, bajo la máscara de lo que llamas religión, dios y sus mensajeros.

Porque el hecho de que tú quieras creer no indica que necesites un camino marcado, sino la posibilidad de que te ayuden a encontrar el propio.

Y eso es algo que muchos, por pereza o miedo, no están dispuestos a asumir. Así, acabarán resentidos, proyectando sus inconformidades sobre las demás áreas de su vida.

 

Todo esto, si ha resonado contigo profundamente, no viene más que a decir que aún no eres lo suficientemente maduro.

Que no has alcanzado una independencia que te permita tomar decisiones por tu cuenta. Decidir que está bien y que está mal. Y aceptar y hacerte cargo de tu parte de responsabilidad, sea la que sea.

Por suerte, la consciencia que puedes obtener de comprender todo este proceso te ayudará en tu proceso de independencia. De poder vivir en paz y encontrar tu propia espiritualidad.

 

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