Si Vas a Brillar, No Temas Deslumbrar

Si Vas a Brillar, No Temas Deslumbrar

si vas a brillar no temas deslumbrar

Si vas a brillar, no temas deslumbrar.

 

Seguro que recuerdas algún momento en que siendo pequeño brillaste con diferencia. Puede que fuese en alguna competición, a la hora de memorizar una serie de datos, jugando a algo, por tu elocuente y cautivador discurso, con cierta creatividad en una reunión social… lo que fuese.

Sería complicado que no recibieses cierto premio o elogio de alguno de los presentes. Eso te puso feliz y te animó a seguir así, hasta que una cara cercana interrumpió tu gran acto para decir: “lo has hecho muy bien, PERO no hay que ser Egoísta. Tienes que dejar algo para los demás”.

Desde ese momento no volviste a ser el mismo.

Creciste con miedo a no ser una persona humilde, “buena”, y de la noche a la mañana convertirte en un narcisista empedernido. Y ese mismo miedo fue el que apagó la llama de tu potencial.

Tus resultados dejaron de sobresalir o si lo hicieron lo mantenías en secreto, avergonzado. Como si no quisieses que se supiera, por si alguien te considerase “malo” y Egoísta.

Pero, no solo fue tu rendimiento lo que cambió, también fuiste tú. Tu autoestima, probablemente alta por ser capaz de hacer algo que los demás encontraban desafiante, se ocultó.

Cuando ponías en juego tu habilidad especial te sentías como un fraude que se lucraba de ella por el mero hecho de recibir atención o algún beneficio “no merecido”.

Y poco a poco, ese potencial se fue camuflando para no mostrarse de forma íntegra. Ya fuese con disfraces banales o con otros que no mostraban sus extravagantes rasgos.

Al principio no te molestó, a tu temprana edad te importaba más que esa gente que en realidad coartaba tu libertad y brillantez no pensase que estabas sobresaliendo o amenazando el estatus de otras personas. Por ello les hiciste más caso que el que te hiciste a ti mismo.

Sin embargo, a la vez que te ibas haciendo mayor, empezaste a notar que faltaba algo en tu vida.

El día a día ya no era tan cómodo y sencillo como cuando tus padres cuidaban continuamente de ti. Ahora entrabas en un mundo competitivo en el que habrías de buscar tus propios recursos.

Por momentos sentías que debía existir alguna manera de destacar y hacer el proceso más fácil. No creías que el trabajo duro y sin objetivos fuera el camino al que estabas destinado. Sabías que tenía que haber algo más que pudieses hacer para poder destacar de los demás.

Efectivamente, no te faltaba nada, ese algo estaba dentro de ti. Lo habías puesto en práctica hace mucho tiempo y habías presenciado su unicidad.

Sin embargo, estaba tan escondido en un rincón de tu alma y cubierto de polvo bajo la etiqueta “Egoísta”, que no disponías ni de las ganas ni de la valentía como para descubrirlo de nuevo.

Así fue tu recorrido durante un largo tiempo: oscuro, triste, tratando de encontrar un sentido que no estaba fuera y envidiando a aquellas personas que parecían haber encontrado la felicidad.

Incluso quizás veías a estas últimas y deseabas tener su elevada autoestima, confianza y fuerza para brillar. Mientras tanto, tenías una sensación extraña dentro que no sabías descifrar.

Hasta que un día hizo clic dentro de ti. Quizás fuese por ver una película inspiradora sobre la biografía de un personaje histórico, por tener una simple y agradable charla con un amigo de la infancia o hasta por leer un artículo en un blog como éste.

Recordaste. Recordaste que cuando eras pequeño había veces en las que te sentías igual de poderoso que los héroes que veías en los dibujos animados. Recordaste la sensación de plenitud y de amor que te llegaba de ciertas personas cuando ponías en juego cierta habilidad. Recordaste que había algo que te hacía especial y que inocentemente decidiste enterrar.

No tuviste que pensarlo 2 veces, lo tenías claro. Visualizaste con claridad esos momentos únicos de los que nunca te enseñaron a sacar partido y te indujeron a olvidar.

Eso te hizo preguntarte algo como: “¿Por qué me empezó a dar vergüenza exponer en público si siempre que estaba con mis amigos proponía a qué y cómo íbamos a jugar?” “¿Cómo es que dejé de dibujar si todos los bocetos que tengo de animales eran impresionantes para mi edad?” “¿Cuál es el motivo de que dejase de hacer maquetas con Legos si siempre que venía algún amigo de mis padres a casa se quedaba impresionado mirándolas?”

Se te pasó por la cabeza quedarte a intentar responder todas esas preguntas y más. Pero entendiste que hacerlo poco te iba a ayudar, más que a seguir lamentándote por haberlo dejado atrás.

Al contrario, diste un giro de 180º a tu perspectiva del mundo y de ti mismo. Casi sin pararte a razonar la idea, hiciste un hueco en tu horario. Seguidamente, te apuntaste a clases de oratoria o teatro, desenfundaste las acuarelas que tenías en el desván y cogiste un lienzo sobre el que pintar, o buscaste los modelos de esa estructura que un día quisiste replicar y la empezaste a montar.

La culpa y el remordimiento se quedaron atrás. Tan solo veías lo del presente y la ruta que desearías poder retornar a transitar. Y la sensación olvidada volvió a tu puerta a llamar.

Quizás estabas algo oxidado o no del todo preparado para afrontar los retos de la actualidad. Pero eso no te detuvo de volver a perseguir tu ideal.

Sería muy posible que los primeros pasos fuesen torpes y erráticos. Es normal, habías olvidado como andar ese sendero. Aun así, tu determinación te decía que no debías de parar.

Entendiste que cuando de pequeño te dijeron que eras “malo” o “Egoísta” por acaparar la atención de los demás no lo estabas haciendo con malicia, sino por ver hasta dónde podías llegar.

Eso mismo es lo que en este momento te inspiraba a no frenar. Eras consciente de que quien te había inducido a que dejases de lado la llama de tu potencial tan solo estaba proyectando su miedo a brillar. Ya fuese por alguna experiencia traumática o simplemente porque a él le pasó igual.

Por eso mismo, decidiste no juzgar a esa persona. No solo porque no era consciente de la actitud limitante que adoptó diciéndote eso, sino porque tú sabías que no lo hacías con maldad.

Contrariamente, cuando conseguías lograr esa hazaña extraordinaria, te sentías más valioso para los demás, pero no por ello más merecedor de atención o de decidir sobre su vida.

Tampoco lo hacías comparándote con ellos o para tener más, sino porque salía de tu interior compartir lo que singularmente podías ofrecer de forma altruista. Y porque te entusiasmaba ver como conseguías despertar la ilusión de muchas de esas personas.

Eso mismo fue lo que empezaste a sentir de nuevo una vez redescubierta tu habilidad. Dándote cuenta de que realmente es un sentimiento potente si tantos años lo habías conseguido albergar.

Y te inundó la sensación de que no tenías que compensar o llenar un hueco en tu interior. De que ya eras poseedor de todo lo que te hacía falta.

En vez de los sentimientos de arrogancia que te aseguraron portar, viste que era mera humildad. Una humildad que incluso te hizo aceptar que ahora ya no eras tan bueno como lo eras antes.

Pero una humildad que también te animaba de corazón a trabajar en eso mismo a diario, para poder alcanzar de nuevo tus límites y mucho más.

Porque es posible, querido lector, que este hecho te pasase hace poco, un largo tiempo atrás o en estos mismos momentos. Pero a pesar de que reencontrases tu potencial, no serán pocos los que inconscientemente te provoquen para que lo vuelvas a despreciar.

No solo a través de la envidia porque acabes teniendo o sintiendo más, sino también robando tu tiempo asegurándote que les gusta mucho, que quieren saber más y después dándoles igual.

Razón por la que no puedes esperar a la validación externa para continuar ni pretender que la gente te aplauda mientras tus bases consigues asentar.

Porque quizás alguien te anima incondicionalmente y será una persona a la que genuinamente tendrás que cuidar. Pero el resto sencillamente “pasará” o no le importará.

Al fin y al cabo, ¿por qué resignarte a ligeramente alumbrar cuando puedes intensamente brillar?

Cuando entiendes que Tú mismo eres la única persona que puede darse permiso para avanzar y sentirse bien o mal, no tiene cabida esperar a tener la opinión de los demás.

Entiendes que no hay ninguna necesidad de esconderse, de sonrojarse por sobresalir.

Especialmente porque la mayoría solo va a saber apreciar el edificio que construyas y no va, ni querrá, tener en cuenta los cimientos sobre los que se sustenta.

No te quepa duda de que si sigues adelante con ello esas mismas personas te llamarán. Alabarán tu creación, a tu persona y la dedicación que has mostrado siempre, a pesar de que nunca antes te hubiesen referido palabra alguna, fuese negativa, o intuyeses que desconocían tu nombre.

Lo que hagas en ese momento con ellos otra historia, y quizás artículo, será. Por ahora, olvida a los demás y consuélate en tener contento a ese niño interior que fue el percusor de tu singularidad.

Vuelve a conectar con la llama que descubriste se había convertido en ascuas. Airéala, avívala y dale el combustible necesario para que pueda prosperar y arrasar.

Prométete a ti mismo que no esconderás aquello que te hace excepcional. Que estarás orgulloso de corazón sea lo que sea y que animarás con tu ejemplo al resto a encontrar su propia luz.

Que vas a utilizar todo ese potencial para hacer lo que estás destinado a alcanzar, cueste lo que cueste. Que no puedes decepcionar o hacer sentir mal a alguien si exclusivamente estás dando lo mejor de ti. Que no vas a volver a renunciar o dejar ir esta segunda oportunidad.

Y que, si estás dispuesto a brillar, no vas a temer la posibilidad de deslumbrar.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *