Los 7 Hábitos de la Gente altamente In-efectiva
A finales del siglo XX, Stephen Covey publicó su famoso libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. En él trataba sobre 7 cualidades que eran imprescindibles de dominar si uno quería ser exitoso en sus proyectos. Y no están nada mal.
Pero se dejó algo.
A pesar de que ofrecía la comparación entre tener esas habilidades desarrolladas o no, prescindió del otro extremo.
El punto en el que las cosas no irían tan bien, sino que, contrariamente, sería el caldo de cultivo perfecto para que marchasen lo peor posible.
Resulta complicado comprender un ideal a seguir, y mucho más integrarlo en la propia persona. Lo que no lo es, es ver, objetivamente, algo que justamente estés haciendo.
Me explico, si tienes un defecto o hay algo que hayas realizado “incorrectamente”, puede que alguien te lo comente o que simplemente acabes viendo como está lastrándote.
Eso sí, una cosa es verlo y, otra muy distinta, emprender acción sobre ello.
Y esto último es algo que no todo el mundo hace… ahora te explico más.
Por eso, para ayudarte a ver que actitudes pueden estar contribuyendo a que, en este momento, no estés exprimiendo el máximo de tu potencial, hoy te traigo:
Los 7 hábitos de la gente altamente Inefectiva
Se puede ser más o menos efectivo en el día a día.
Si los puntos de abajo son considerados y trabajados, esa efectividad será una “mera” cuestión de salud, motivación, presión (positiva) y estado de ánimo.
Y es que, a pesar de que hay factores que no son técnicamente complicados de tener en cuenta, muchos acaban descuidándolos. Condenándose a un alcanzar un resultado mediocre.
Los porqués son varios, desde una sobreidentificación con ellos, un miedo irracional a alterarlos o hasta una profunda ignorancia sobre la repercusión que tienen en su vida.
Estado por el que acaban volviéndose altamente inefectivos en las tareas u objetivos perseguidos, si lo comparásemos con esa situación ideal.
Suficiente chicha tiene este asunto, así que no me enrollo más.
Espero que disfrutes leyéndolos, que lo hagas con la menor cantidad de prejuicios posible y que, si te ves reflejado en uno o varios, lo apuntes en una libreta para que puedas ir trabajándolo.
Eso sí, dejaré el “más importante” para el final. Por ahora, te presento el primero:
1. Se Evaden continuamente
Tienes tareas que hacer, quizás más, quizás menos.
Aquellas que no te motivan tanto te cuesta más emprenderlas. De ahí la importancia de encontrar esa motivación.
Por ejemplo, está bien que hagas ejercicio para mantenerte en forma y dotar al organismo de esa liberación de químicos tan beneficiosa. Pero, si además te mueven objetivos secundarios como sacar un truco de pole-dance, batir tu récord de levantamiento en press de banca o conseguir subir a la cima de esa montaña tan codiciada, mejor que mejor.
¿El problema?
Que muchos prefieren no exponerse a ese “riesgo” y quedarse en su zona cómoda, por miedo.
Y, aún conocidos los factores, otros preferirán dejarlo para mañana, por pereza.
Al fin y al cabo, el cerebro es un procrastinador nato. Él sigue programado genéticamente para ahorrar todos los recursos necesarios y hacer lo justo para sobrevivir.
“Si ese cometido puede esperar, el gasto de energía también”, diría.
De ahí la necesidad de crear disciplina y acostumbrar a la mente a trabajar día a día, aunque sea un poquito. Evitando que entre en modo ahorro y siendo más fácil que consigas más.
Sin embargo, no decidiendo hacer ese poquito, te será sencillo pensar: “¿Qué hago yo ahora?” Y subconscientemente buscarás una respuesta para esa pregunta, la cual será la base de tu excusa.
Respuesta orientada por alguna forma de gratificación inmediata o alternativa ante la posibilidad de hacer ese “innecesario” gasto de energía.
¿Significa esto que no quieras hacer o cumplir tus objetivos? Claro que lo deseas, sino no serían objetivos, sino actividades ajenas.
Pero esto no impide que la fricción, especialmente la inicial, sea fácil de derribar. Por eso muchos no es que acaben no consiguiendo sus sueños, sino que ni siquiera han empezado a buscarlos.
Entiéndeme, es diferente evadirse que recompensarse de vez en cuando. Es más, si te organizas bien podrías conseguir que esa recompensa entrase en tu roadmap.
Evadirse implica saber que tienes algo detrás aún pendiente de hacer y, aun así, abstraerse de alguna manera. Lo que a la larga te lleva a tenerlo en consideración solo a última hora.
Recompensarse implica tomar un premio congruente al logro conseguido. Obsequio que puedes permitirte alguna vez que hayas cumplido tus pequeñas o grandes metas a tiempo.
De ahí la importancia de tener un propósito, punto 3. Pues gracias a él podrás diferenciar claramente entre los momentos en que estás evadiéndote para obviar tus cometidos (algo que solo lleva a un callejón sin salida) y en los que estás premiándote de forma justa y ecuánime.
Pd. Si quieres ahondar en cómo y por qué procrastinas te dejo este divertido vídeo:
2. No Aceptan su parte de Responsabilidad
Siempre es la culpa de otro.
Actuar desde esta perspectiva puede ser muy extenuante, pero a la vez muy liberador.
Tus problemas dejar de ser tus problemas, sino la consecuencia del mal obrar de los demás. Y ellos deberían ser, consecuentemente, los responsables de arreglarlos…
Pensar así supone menos sufrimiento que aceptar tu parte de responsabilidad. Ya que esto podría entrar en conflicto con algunas de tus creencias, obligaciones o realidad.
Admitámoslo, es más cómodo obviar las dificultades y echar la mierda a los demás. Al igual que lo es dar clases de moralidad a todo el mundo aun cuando se es incapaz de poner orden en la propia vida.
Pues identificarse con esta postura no requiere de trabajo en uno mismo, sino que basta con opinar sobre cómo deberían trabajar los demás.
¿Cómo identificar rápidamente este comportamiento?
Por los llantos. Las personas que no aceptan su responsabilidad lloran.
Lloran por lo que les pasó, por lo que les pasa y por lo que Creen que les pasará.
No defiendo que llorar sea malo. Esta acción tiene una función (aparte de la emocional) cuando eres pequeño: que aquellos que están a tu cargo se preocupen por tus necesidades básicas.
Lo que sí defiendo es que usarlo con ese fin cuando eres capaz de valerte por ti mismo no viene más que a decir que estás demasiado mimad@ y que te piensas que los demás son tus siervos.
Este tipo de gente sigue comportándose como si fuesen niños, aunque claramente tienen el cuerpo de un adulto.
A pesar de poder cubrir todos sus requerimientos fisiológicos de forma autónoma, no dudarán en llorar para captar la atención o recibir ayuda cada vez que un problema surge.
Su Yo se extiende a voluntad, de forma que los demás, cuando se relacionan con estas personas, pierden su individualidad. Ya que no se les ve como fines en sí mismos, sino como medios para satisfacer las necesidades propias o justificar las desgracias.
El mayor don que ellos creen que tienen es el de quejarse. Quejarse hasta que alguien, como si estuviese cansado de escuchar llorar al bebé, les de lo que quieren, su chupeta.
Y se autoengañan. Se convencen de una realidad en la que creen necesitar a los demás porque les acojona tomar el control de su existencia y desarrollar su resiliencia ante lo inesperado.
Claro que podrían entender su papel, aprender de sus aciertos y errores, punto 7, no dejarse influir por aquello que escapa a su área de influencia y sobreponerse a las adversidades.
Pero, como he dicho, este hito se les asemeja mucho más demandante que simplemente llorar.
3. No tienen un Propósito definido
Si ya es fácil evadirse cuando tienes unos objetivos en mente, punto 1, imagínate no teniéndolos.
Existen personas que actúan sin un propósito definido, sin metas claras. Personas que prefieren ir a la deriva y dejarse llevar por los demás o el entorno.
Los mecanismos evolutivos pueden ser similares a los del primer punto: “Si mucha gente hace esto o me han dicho de hacer esto otro, ¿por qué gastar energía en llegar a la misma conclusión?”
Te diré por qué… Porque los demás no son tú.
Que a la gente le guste el fútbol, escuchar reggaetón, pasar 2 horas diarias en la red social de moda y salir de cañas una vez a la semana con los amigos no significa que a ti te tenga que gustar.
Quizás tú eres de esos que prefieren practicar un deporte antes que verlo, oír podcasts, cuidar lo que entra en su cuerpo y la gente con la que se rodea, y practicar un hobby algo impopular.
La gracia no es que a los demás les guste o te digan cómo lo harían ellos, sino hacer lo que te guste a ti y aceptar los consejos sin tomártelos al pie de la letra y cuestionándolos.
Pero volvemos al punto de que esto implica un esfuerzo y disciplina que no todos poseen.
Si bien se puede tener un día de inspiración, saber lo que a uno realmente le motiva y mueve en la vida nace de un recorrer camino de autoconocimiento. Y eso lleva trabajo.
Así, esa gente que no está dispuesta a trabajar en sí misma, por pereza o miedo, acaba volviéndose reactiva. Pues, una vez que las cosas andan fuera de su área de influencia, la única alternativa para cambiarlas será actuar con visceralidad ante ellas, quejándose, punto 2.
De hecho, podrían llegar a un extremo en el que pareciesen gente productiva por pasar el día haciendo cosas, pero casi no disponer de tiempo libre para tomarse un descanso.
Una característica propia de los workaholic, o adictos al trabajo.
Donde el fallo radica en que no lo hacen porque realmente quieren, sino porque Creen que eso es lo que deberían querer, lo que se espera de ellos.
Por este motivo, aunque parezca que estén haciendo mucho, en el fondo no están haciendo nada.
¿Por qué? Porque lo hacen sin foco, porque quieren abarcar mucho y acaban apretando poco.
Y porque no hay un leitmotiv, sino un espíritu de drifter. Es decir, que en vez de buscar un punto central en su vida, prefieren ir al sol que más caliente, porque el frío de la noche les acojona.
Lo que realmente les falta, aparte de trabajar esa disciplina y motivación, es una perspectiva definida. Dejar de escuchar a los demás y comenzar a escucharse a sí mismos, sin juicio.
Pensar, por una vez, por sí mismos y no por lo que les pueda decir su familia, amigos o noticias.
Pues, por más benévolas que sean esas “recomendaciones”, nunca habrán nacido de su persona. Y, por tanto, nunca cubrirán una necesidad propia que haya surgido de su Esencia.
Al contrario, si empezasen a tener en cuenta esos deseos y anhelos propios, y consiguiesen formar una idea de que es lo que realmente quieren, podrían ir mucho más directamente hacia ello.
Además, esto lo harían sin rendirse a la primera o resintiéndose ante la adversidad, sino siendo conscientes de que cada vez, aunque sigan fallando, están más cerca de conseguir sus objetivos.
4. No se Valoran → No Valoran a los Demás
Mucha gente no ve valor en sí misma. Normalmente porque no se ha escuchado, punto 3, y aprendido a distinguir aquello que la hace especial y única.
Por eso, incapaces de reconocer su propio valor, son incapaces de reconocer el de los demás.
Se comportan de una forma victimista, pudiendo eludir su responsabilidad, como en el punto 2, y no poniendo interés sus quehaceres, unos que pueden llegar a despreciar.
Podría parecer que algunos si aprecian el valor ajeno, que lo ven como algo a lo que les gustaría llegar, y que incluso son capaces de idealizarlo.
Pero la verdad es que no lo valoran. Pues hacer esto es imposible desde una posición en la que no han llegado a encontrar que es aquello que les desmarca.
Simplemente, no pueden reconocer el valor del otro si no pueden compararlo con el suyo propio.
Me refiero a una comparación en aras de descubrir que les haría especiales y diferentes a ti, a la vez que descubrirías que les hace no ser tu. No con la finalidad de torturarse por no tener unos atributos que muchas veces son inalcanzables.
Porque esto último es lo que muchas de estas personas acaban haciendo.
Desde su Ego, solo consideran las cualidades específicas y dejan de valorar a las personas que hay detrás (el fin). Lo que acarrea que el sentimiento que acabe emergiendo sea el de la envidia.
Una envidia que les corroe por dentro a la vez que por fuera. Dejando de ser honestos en sus relaciones personales y queriendo lo mejor para el Otro de forma incondicional. Sino maldiciéndolo y rogando por poder arrebatarle ese valor único.
Algo que carecería de sentido si descubrieran el suyo propio, ya que sería más que suficiente.
A su vez, en muchos proyectos no colaboran ni dan su mejor versión por miedo a quedar mal o sentirse inferiores al resto. Así, se amoldan a lo que les piden e intentan no desmarcarse.
O, por el contrario, realizan extravagantes esfuerzos por llamar la atención, con la finalidad de que alguien, aunque no sea genuinamente, les “reconozca”.
El mismo motivo que muchas veces les lleva a esconderse tras una máscara o un personaje que han ido creando. El cual puede estar super inmerso en la actualidad o en la realidad de los demás.
Y, en el otro extremo, ser un outlier. Con la finalidad de diferenciarse aún más (como si tuviese la necesidad de que lo viesen) y de encontrar otra gente en su misma situación.
Gente con la que poder consolarse y compartir un sentimiento de familiaridad. Y digo consolarse y no ayudarse, porque juntar dos anclas hundidas en el mar no va a ayudarlas a salir a flote.
5. Son poco Asertivos
La comunicación entre individuos no siempre es sencilla. La asertividad, todavía menos.
Hay ocasiones en las que resulta más agradable, como una charla entre amigos, y otras en las que sientes tu vida “peligrar”, como cuando el jefe te echa la bronca.
Pero ambas tienen algo en común: Tú.
Así, ya se den las condiciones más favorables o las más adversas, siempre vas a poder elegir cómo afrontarlas.
Está claro que las segundas requieren un mayor nivel de autocontrol que las primeras. Por eso ahí es donde se marca la diferencia.
Muchos no soportan una crítica constructiva, un argumento u opinión diferente a los suyos, o aceptar el hecho de que las personas tienen su autonomía y no dependen de ellos.
Y cuando se chochan contra la realidad, su reacción es proporcional al golpe que han recibido.
Probable es que acaben desentendiéndose, punto 2, o somatizando la situación, punto 4. Pero, además, es fácil que los gritos e imposiciones, o uso de la fuerza, estén presentes.
El origen de muchas de estas situaciones radica en el punto anterior. Donde no consiguen entender las necesidades de las otras personas porque viven demasiado inmersos en las suyas. Y, de la misma manera, viven tan inmersos que son incapaces de conseguir que los demás los entiendan.
En algunas ocasiones, necesitan de mejores o más practicadas técnicas de comunicación. Ya sea porque son tímidos o porque resultan demasiado abruptos al decir lo que piensan.
En otras, necesitan replantearse de dónde vienen sus problemas.
No es difícil encontrar casos en los que las demandas a los demás tienen su origen en una escasez propia y, consiguientemente, sus respuestas malhumoradas provienen de falsas expectativas.
Tampoco quiero decir que esté mal pedir o buscar ayuda cuando realmente se necesite. La diferencia está en que, mientras que unos buscan crear sinergias con la otra parte, ese win-win, los otros simplemente exigen, sin siquiera replantearse que es lo que pueden ofrecer a cambio.
Son como un niño de 4 años que quiere un juguete y, cuando lo consigue, quiere otro.
La misma razón por la que, si ostentan una posición elevada, no consiguen dar ejemplo. Algo que se debería a una falta de ímpetu para motivar a sus subordinados y de herramientas para dirigirlos eficientemente, sin la necesidad de recurrir a un liderazgo desde la tiranía.
El resultado de no saber expresar sus necesidades se acaba traduciendo en pulsiones acumuladas. Unas que, cuando alcanzan su límite y estallan, se vuelven imposibles de poder canalizar.
6. Sufren Parálisis por Análisis
“Hasta que no esté todo en su sitio no empiezo. Hasta que no haya acabado esto y esto otro no me pongo con aquello. Hasta que no sepa lo suficiente no me atrevo a…”
Admitámoslo, la perfección total no existe. Siempre va a haber cosas que se puedan mejorar o hacer de forma más eficiente.
La diferencia está en que, mientras que pensando eso no estás avanzando, aquellos que no se han preocupado tanto por los detalles insignificantes ya han recorrido un gran trecho.
Si no consigues visualizarlo piensa en el cuento de la libre y la tortuga.
Aparte del comportamiento excesivamente confiado que presenta la liebre, esta no toma acción desde el primer momento que tiene la posibilidad. Sino que prefiere rezagarse y esperar a estar con el ánimo y energía idóneos para completar la carrera bien y a gusto.
Sin embargo, la tortuga empieza cuando tiene la oportunidad. Quizás no tiene las mejores cualidades para la competición, pero si tiene algo que la diferencia: decisión y perseverancia.
Por ello a la larga, como pasa en la carrera, la tortuga vence a la liebre (que esperaba el momento perfecto) y aquellos que toman acción se sobreponen a los que idealizan la perfección.
Las causas por las que esta clase de individuos no llega a decantarse pueden ser muchas. Desde que se están evadiendo continuamente, punto 1, y no tienen tiempo para definir su propósito adecuadamente, punto 3, hasta que no valoran sus esfuerzos, punto 4.
En este último caso, al no valorarse, comienzan a dudar sobre su integridad, sobre las herramientas de las que disponen y las herramientas que pueden llegar a necesitar. Su problema es que, poniendo la atención fuera, acaban descuidando lo de dentro.
Y esto solo les hace perpetuar un bucle sin sentido en el cual su capacidad de priorizar se deteriora. Pues dejan de comprender qué son aquellas cosas verdaderamente importantes.
Muy al contrario, viven inmersos en ese cuadrante de las cosas urgentes pero no importantes y, a pesar de que pueden finalizar la jornada extenuados, internamente sienten que les falta algo.
De la misma manera, cuando se trata de personas que tienen a otras a su cargo, su capacidad de dirigir es pésima. La razón de esto es clara, ¿cómo van a poner orden en la vida de otros cuando ni siquiera son capaces de ponerlo en la suya?
Algo que también les lleva a desarrollar relaciones desestructuradas que, como en el punto 3, no funcionan con amor, sino según los intereses del momento.
Obviamente no hay nada de malo en querer hacer las cosas lo mejor posible. Está bien.
El problema surge cuando el perfeccionismo se vuelve patológico. Cuando el ansia de realización no deja paso a un pragmatismo capaz de solucionar los problemas y centrarse en lo esencial.
Postura que lo único que consigue es que sus perpetradores vivan a expensas de las circunstancias. Que acaben por adoptar una actitud similar a la del punto 2, y que, en última instancia, no les permita expresar su individualidad, porque actúen anclados a algún ideal.
7. No quieren Aprender
De nada vale adoptar una actitud óptima hacia los demás puntos si éste no se tiene en cuenta.
Al fin y al cabo, si no eres capaz de aprender, tanto de los éxitos como de los errores, ¿cómo esperas mejorar en esas áreas?
La gente que no quiere aprender, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera se replantea esta opción. Simplemente vive en Piloto Automático o a la deriva, punto 3.
Y esperan un cambio que nunca llegará, porque no están poniendo esfuerzo para conseguirlo.
Es más, no será infrecuente encontrarse con individuos quemados por el día a día, sumidos en un estado donde no son capaces de distinguir aquello que hacen de aquello que desean hacer.
Imposible resulta que exista el aprendizaje en una situación en la que, como diría Byung-Chul Han, coexiste la autorrealización con la autodestrucción.
Aprender no es complicado, es algo que se puede hacer continuamente.
Pero es un proceso que requiere dejar de lado el Ego, las concepciones previas y los prejuicios, y estar dispuesto a poner la carne en el asador sin evadirse, punto 1 y 6. Y eso cuesta.
Por eso, mientras que las personas exitosas y felices se preocupan por crecer un poquito más que el día anterior, según la filosofía del kaizen, las otras se conforman con tratar de que ese día sea “menos desastroso” que el previo.
No están pendientes por descubrir como su relación con su dimensión física, espiritual, racional e interpersonal les afecta y condiciona en su vida, sino que la padecen y ya.
Tampoco hay una actitud de cuestionarse cómo actúan y quieren actuar. Prefieren dejarse llevar por sus emociones y sentimientos, aunque estos sean limitantes, punto 4.
De esta manera, carentes de una orientación por el aprendizaje, mejorar ciertos aspectos se vuelve una tarea inalcanzable. Y seguirán tropezando con la misma piedra una y otra vez.
¿Implica esto que les guste tropezar? A pesar de que haya algún masoquista u otra gente que, como en el punto 4, lo pueda hacer para llamar la atención, a nadie le agrada esto.
Sin embargo, para ellos se les asemeja mucho más sencillo seguir haciéndolo y evadir su parte de responsabilidad, punto 2, que confrontar sus creencias y admitir que pueden estar equivocados.
Razón por la que muchos se resisten al cambio.
Por apEgo a lo actual, miedo a que pueda conducir a algo peor, o por la pereza a tomar acción.
Lo curioso es que el cambio siempre ha existido. Todo cambia, nada es, decía Heráclito. Y lo que ese cambio prima será siempre aquello que esté mejor adaptado o sea más flexible.
A pesar de que se puede aprender de todo, muchos actúan como Hem en la historia de ¿Quién se ha llevado mi queso? Buscando algo con que se identificaron pero que nunca existió y suponiendo de más. Una arrogancia que hace imposible el proceso de aprendizaje.
Estos han sido, de forma resumida, los 7 hábitos que podrán conducirte a ser nada efectivo.
Unos que, si perpetúas o defiendes, acabarán mermando tu potencialidad como persona.
Entiendo que no sencillo tenerlos todos bajo control y evitar que te condicionen. Yo de hecho sigo trabajando en 2 de ellos que me lastran más.
Lo importante es identificarlos para poder después abordarlos. Y aprender de ellos, punto 7.
Cuéntame: ¿hay alguno que te afecte particularmente?, ¿acabas de darte cuenta de por qué eres tan inefectivo?, ¿o eres un pedazo de crack que ya los tenía en cuenta y maneja con soltura?
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