Neocensura: Una Dictadura vestida de Libertad

Neocensura: Una Dictadura vestida de Libertad

neocensura

Neocensura: Una dictadura vestida de libertad.

 

Creemos ser libres, poder hacer y decir aquello que queramos. Y esto es cierto, a menos que lo miremos desde una perspectiva determinista. De hecho, siempre lo hemos sido.

Lo único que nos ha podido frenar son los medios para conseguir lo que queríamos. Es decir, no podemos intuir nuestra libertad en términos inalcanzables o muy distantes.

Porque resultaría engañoso pensar que seríamos libres si pudiésemos volar o no tener que trabajar para sobrevivir, sabiendo que no tenemos alas y que los recursos no son ilimitados.

Sería entonces dentro de nuestra área de influencia donde esa libertad “total” se concentraría. Pudiendo uno elegir cuando hablar, qué decir, qué rechazar y qué medidas tomar.

Sin embargo, tomar una decisión libre no se libra de estar sujeto a determinadas consecuencias, porque siempre (de manera más o menos visible) las hay.

Cada vez que tomamos una decisión, incluso cuando paradójicamente consiste en postergar esa decisión, construimos una parte de nuestra realidad y la confrontamos con la de los demás.

La mayoría de las veces no sucede “nada” y todo sigue “normal”. Pero lo cierto es que en esos momentos estamos desempeñando un rol importante: el rol de mantener lo ya establecido.

Es por eso que no nos damos cuenta de ello, porque damos esos aspectos tan por sentado que no nos sorprende que sigan siendo como lo han venido haciendo hasta ahora.

Y de igual forma que antaño casi nadie se cuestionaba en sus hipótesis y vida diaria que la Tierra pudiese ser esférica, casi nadie se cuestiona hoy en día que pueda ser de otra manera.

Por ello, en nuestros cálculos al tomar un avión, la hora en otro país o la gravedad, asumir la esfericidad de la Tierra es una reafirmación de nuestras creencias. Una asunción más o menos fundada que no choca con nuestra realidad ni con la de la mayoría que piensa lo mismo.

Ahora bien, ¿qué es lo que sucede cuando…

Dos NO Opinan Igual

Curiosamente, los problemas siempre surgen desde el mismo punto: del Ego de cada uno.

Pues si bien el esclavo indígena era libre para insultar a su “dueño”, su área de influencia no se expandía tanto como para poder elegir la represalia que sería tomada contra él.

Entonces, qué responderías si te pregunto “¿Es una persona dentro de una dictadura libre?”

Teniendo en cuenta lo anterior, la respuesta barata sería que Sí, todos seríamos libres independientemente de nuestra situación. A pesar de ello, esa libertad no sería la misma.

Esa es la gracia del asunto. Pues el grado de libertad que se posea y las posturas contra las que se vaya a chocar al ponerla en juego determinarán la verdadera respuesta ideal.

Porque no es lo mismo vivir en una democracia donde todo el mundo tiene igual voz y voto que en un Estado totalitario en el que acatar las normas impuestas y no escogidas tiene pena de muerte.

En resumidas cuentas, todo depende de quién tenga el poder y cómo lo ejerza.

Pues el colono que tenía la riqueza dirigía con ella a sus súbditos, el dictador que comandaba el ejercito controlaba al pueblo y la iglesia con sus fieles encomendaba cruzadas.

Y como consecuencia de un frágil Ego que no permite aceptar que los demás no compartan las propias y vehementes ideas y visión del mundo, queremos mandar sobre ellos.

Creando así, bajo el pretexto de que si no lo hacemos primero nosotros lo acabarán haciendo ellos, una censura moral en la que se les obligará a encajar.

Algo que hoy en día, bajo la premisa de la educación, contribuye al desempeño de…

Una Dictadura Invisible

una dictadura invisible

Esta dictadura es invisible porque no se ve, y sin embargo se siente.

Piénsalo, si realmente fueses libre para hacer lo que quisieses podrías subir una foto desnudo a Instagram, agredir al presidente del gobierno o ver noticias por la tele de gente quitándose la vida.

La realidad es que no vas a poder hacer esto anterior como si nada, al menos no sin consecuencias. Pero la diferencia de hoy en día es que no conoces esas consecuencias plenamente y vas a ciegas, dependiendo del contexto en que te encuentres y de quién ostente el poder.

Y una dictadura tan cambiante que no hace visible sus pretensiones es, al igual que un déspota bipolar, mucho más aterradora que una dictadura conocida que puedas palpar sin sobrepasar.

Aquí ya no vale la noción de “quien hace la ley hace la trampa”, pues no hay ley. Ésta se crea a voluntad de quienes albergan ese poder y, peor aún, se pretende aplicar sin temporalidad. Lo que implica que los actos libres de ayer podrán ser perseguidos hoy y mañana como “crímenes”.

¿A quién le echas la culpa de esto? A nadie. Básicamente porque aquellos realmente interesados en el poder se ocultan tras los otros que hacen ruido ladrando e intentando morder.

Ni siquiera esa gente fiel a sus dogmas les importa. Lo único que les interesa de ella es su voto, su dinero o su participación en actividades que tengan que ser subvencionadas. Así como que sigan haciendo más ruido para que se distorsione la imagen que se oculta detrás.

Finalmente, una vez consiguen ejercer ese poder, ya pueden designar su propia censura.

Y de esta manera se vuelve imposible saber de dónde vendrá el siguiente golpe. Ya que todo el mundo parece jugar al quién es quién y no ser nunca responsable cuando hay que sacar uno.

De forma que tu libertad no se basará en que puedas darle al botón de publicar. Sino en que no sepas con lo que, en cualquier momento de tiempos venideros, te vas a encontrar. Porque todo material será sujeto de ser rescatado para apoyar una argumentación extremista.

Por eso no te costará ver periódicos o medios de comunicación tradicionales, como la tele, que te puedan hablar de la propia neocensura cuando hipócritamente son los que más la ponen en juego.

Como tampoco te costará encontrar varias personas que afirmen una cosa para, al cabo del tiempo, afirmar otra muy distinta intentando justificar la anterior porque no les traía tanto beneficio.

Sentando esto el precedente para formar una sociedad en la que sentirse incluido y que se es “buena persona” es preferible. A pesar de que se esté incurriendo en sesgos y disonancias cognitivas que demuestren la poca autoconfianza en los propios valores, criterio y autoimagen.

Lo que nos lleva a observar…

El Precio de la Censura

Partamos de la base de que la censura es la que es y que no puede aplicarse sobre sí misma.

Esta censura puede ser utilizada con pretextos protectores ante discursos terroristas, pensamientos antisociales o para conservar delicados secretos de Estado. Aunque también puede ser usada acorde a unos planteamientos concretos para reafirmar una postura y deslegitimar las otras.

Pero la fina línea que separa ambos modos de utilizarla es tan subjetiva que es difícil no pisarla.

Razón por la que algunos Creen que no podemos confiar en ese Estado para controlar el uso de esa censura sin que esto implique una discriminación de las minorías per se.

Puesto que, al ser la ofensa también subjetiva, esos Estados pueden animar al pueblo a sentirse ofendido y exaltar así sus diferencias sociales, a la vez que ellos la interpretan como más conviene.

Escenario que ya no solo vemos en la cima, sino que, gracias a la tecnología universalizada encontramos a pie de calle. Donde todos parece que quieren sentir qué es ese poder.

De manera que no se antoja complicado, sino deseable, censurar y echar a alguien de su trabajo convencional porque, por la calle, Twitter o donde sea, y fuera del horario laboral, haya dicho o hecho algo que no haya agradado a parte de cierto rebaño social.

Efectivamente, decimos ser libres para hablar y pensar. Ahora bien, no vayamos a permitir que un cómico haga un chiste que no encaje dentro de nuestros delicados estándares…

Tampoco olvidemos los sitios dedicados a la búsqueda del conocimiento como las universidades. En concreto, de que hasta en esos lugares se busque tachar y censurar a ciertos profesores que, transmitiendo su visión objetiva del mundo, hayan “transgredido” algún ideal novedoso.

Porque teniendo en cuenta todo eso es como acabamos justificando consecuencialistamente los castigos ejemplarizantes que decimos esa gente merece para que nadie más piense así.

Terminando todos autocensurándonos oprimidos por las ideas de quien más guerra da, que casualmente suele ser aquella con un Ego más frágil y poco dispuesta a cambiar.

Y lo que se expresa dentro de las “democracias” populares de hoy en día como una batalla en la que todos quieren ese poder y la censura, ya que…

Todos Saben Qué es lo Mejor para Ti

todos saben qué es lo mejor para ti

Esta clase de postura que encontramos dentro de una sociedad altamente polarizada políticamente lleva no solo a pensar que el resto hace las cosas mal. Sino que incluso contribuye a la generación del propio mal, uno que “por el bien de todos” debería de ser suprimido.

¿Podemos entonces sentirnos libres en un país donde por una parte se censura la reproducción de una película de animación porque hay un personaje homosexual y por la otra se censura que no se esté enseñando a niños de 11 años lo “guay” que es investigar si se quiere ser trans?

Así es como operan las dos caras de la misma moneda, una que brilla tanto que hace que olvidemos que su objetivo es financiar la hucha del despotismo que quiere pasar desapercibido.

Utilizando a su favor la mayor resistencia a pensar y cuestionar el propio punto de vista. Y alimentando la conservación de las ideas que interesan con discursos de odio y deshumanización.

Porque, curiosamente, muchas veces coincide que aquellos que recalcan la censura que se está haciendo a ciertas partes de la cultura suelen ser los mismos que quieren censurar a quienes no opinan como ellos. Tratando de censurar unas cosas, pero otras no.

De forma que aquellas realidades invisibilizadas que se salgan de la narrativa dominante, como podría serlo la violencia que algunos hombres sufren a manos de mujeres, no son dignas de que se les preste atención e incluso se las podría considerar como amenazas a censurar.

Y es que, en la búsqueda insaciable de nuevos adeptos que sean “libres”, bajo sus perceptos, no se ve mal distorsionar la realidad pasada para que ahora encaje con el planteamiento actual.

Haciendo de la censura la herramienta fundamental para mantener el statu quo y permitir que progrese una determinada, controladora y económicamente beneficiosa moralidad.

Pareciese que la balanza nunca hubiese buscado un equilibrio y, por el contrario, hubiese descubierto que la censura particularizada le ayuda en su desbalance intencionado.

Pero, si nos quitamos la venda, la libertad de expresión no solo constituye la base de la verdadera democracia, sino del progreso (uno que irónicamente muchos buscan a través de la censura).

Esta libertad no debe ser para unos pocos, sino para todos. Lo que significa que no podemos tratar de resolver nuestros problemas ofendiéndonos y dejando de escuchar a posta a los demás.

Sino que hemos de madurar para tratar de cuestionar los argumentos de nuestros oponentes con mejores razones y aceptar lo que de igual forma nos puedan sanamente aportar.

Al fin y al cabo, todos somos muy diferentes y compartimos puntos de vista muy distintos. Pero de eso trata la diversidad, de poder convivir en una heterogénea comunidad de forma apacible y sin demandar a los demás que se comporten igual, denigrar su progreso o ponerles la zancadilla.

Pues esto es lo que no quieren que veas los que pretenden ostentar el poder, y por lo que, a través de la demonización y la censura selectiva, anhelan mantener desequilibrada la balanza.

Porque son conscientes de que integrar y saber trabajar desinteresadamente con la individualidad constituye la base de una elección equilibrada, un poder mucho mayor del que podrían imaginar.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *