Un Abrazo Eterno – Ejercicio para Cultivar el DesapEgo
(¡Buenas, espero que estés teniendo un gran día o al menos esta lectura lo haga mejor! Hoy te traigo un ejercicio mental para cultivar el desapEgo. Éste consta de una pequeña narración, así que puedes leerla o, para mayor inmersión, pedir a alguien que la haya leído que lo vuelva a hacer en alto mientras la recreas en tu mente con los ojos cerrados. Ojalá disfrutes de este pequeño ejercicio y obtengas de él valiosas lecciones para tus relaciones. ¡Nos vemos al otro lado!)
Imagina que estás en un lugar especial, muy tranquilo.
Todo está en calma, es como si todas tus preocupaciones desaparecieran por arte de magia.
No te importaría quedarte allí una temporada, es un espacio muy agradable.
Sin previo aviso ves en la distancia a otra persona.
Al principio no la reconoces, pero según te vas acercando te das cuenta de que es un ser querido.
De hecho, es uno con los que más conexión tienes, podrías llegar a afirmar que con el que más. Quizás es tu pareja, uno de tus padres, tu amigo del alma, tu hijo… tú lo sabes mejor que nadie.
Tu cuerpo se inunda de júbilo por la opción de poder compartir este espacio y momento tan especial con esa persona a la que tanto aprecias.
Así, corres en su encuentro la poca distancia que os separa.
Al llegar a ella, la encuentras con una gran, ligera y sincera sonrisa, abierta de brazos.
Es imposible impedir que tu cuerpo se contagie de la alegría que su disposición y Ser te proveen.
Y, sintiéndote completo en su compañía, correspondes su bienvenida con un fuerte abrazo.
La efusividad y fuerte energía que ambos compartís parece fundirse en esa muestra de afecto que no te importa mantener durante unos segundos más.
Pero, de pronto, todo cambia.
Inmóvil en ese abrazo, aunque consciente de la situación, observas como el paisaje que te rodeaba se vuelve grisáceo y pierde su tonalidad tan revitalizante.
Empiezas a escuchar una especie de voces que no comprendes pero que se van volviendo más nítidas por momentos.
En la dirección que estaban fijos tus ojos ves una pequeña figura, parece una silueta de un diablillo que te presta atención detenidamente.
Sin poder hablar, esperas que ocurra algo. A lo que la misteriosa figura rompe el silencio: “Me alegro de poder presenciar este abrazo tan emotivo y espero que tú también lo estés haciendo, pues será el último que puedas dar a esta personita”.
Alarmado, tratas de ver qué opina la otra persona sobre la situación, pero ésta se encuentra igual de inmóvil que tu cuerpo. Tan solo estáis tu mente y esa entidad.
Al preguntar al ente qué es lo que quiere, éste no proporciona una respuesta que te satisfaga, tan solo afirma: “Es curioso como eso que denomináis apEgo parece que os une pero solo os separa”.
Tratando de comprender que significan tales palabras le exiges que te dé una explicación sobre por qué solo tú puedes verlo y no puedes moverte. A lo que responde: “Tan solo soy un reflejo de tu pensamiento sobre esta situación. Tu compañía no puede verme porque ya ha aceptado su destino, sin embargo, tú no. Y así seguirás, inmóvil hasta que decidas tomar acción”.
Empezando a captar la relevancia del asunto le cuestionas asustadamente qué es lo que va a pasar.
Después de una pausa se anima a confesarte: “Por suerte o por desgracia esta personita contigo ni con nadie más estará. Con vida la verás durante el tiempo que dure este gesto que estás teniendo con ella. Así, lo que te toca decidir es: ¿será esto una mera transición de unos segundos o acabará convirtiéndose esto en un abrazo eterno?”.
Antes de que puedas hablar de nuevo la figura desaparece y la vitalidad y colores energizantes vuelven a rodearte. La otra persona vuelve en sí y te mira como si hubieras visto un fantasma.
Sin dejar de abrazarla por miedo le comentas: “No te vas a creer lo que acaba de pasar”.
Te mira a los ojos y, sonriendo, deja escapar de sus labios suavemente un “cuéntame”.
Afectado por la situación, reúnes el coraje de narrarle lo sucedido, todavía confuso por si se trata de alguna clase de sueño o broma pesada.
Tratas de detallarle el evento con delicadeza, intentando a la vez pensar como consolarás a esa persona tras darle la noticia.
Pero eso no ocurre, apenas aprecias un atisbo de sorpresa o miedo por su parte. Al contrario, sigue con su tierna sonrisa mirándote como si hiciera años que no te veía.
Le preguntas si te ha llegado siquiera a escuchar o qué es lo que ocurre, y contesta: “Te agradezco que me lo hayas contado, aunque ya lo sabía”.
“¡¿Cómo que ya lo sabías?!” exclamas a la vez que tratas de asimilar la situación.
“Sí, ya lo sabía antes de verte. Yo concerté este encuentro”.
Intentando procesar lo que te acaba de decir le pides una explicación. A lo que prosigue “Mi hora ya había llegado, pero antes del final un pequeño ser me dijo que podía compartir mi último momento con alguien especial por el tiempo que fuese necesario. Así que te elegí a ti”.
Con una lágrima a punto de abandonar tu ojo le confiesas que si existe alguna manera de evitar que te abandone harás todo lo posible por optar a ella, aunque eso implique que tengáis que estar abrazados por el resto de los días.
Se ríe y dice: “No has de preocuparte por mí. Yo ya he aceptado mi destino, tan solo quería asegurarme de que tú lo hicieses también”.
“¿Cómo puedes decir semejantes tonterías?”, acusas enojado a la vez que las primeras lágrimas empiezan a brotar de tus ojos. “¿Acaso no ves que puedo salvarte?”.
“No es a mí a quien has de salvar”, manifiesta esa persona.
“Está bien, si tú no quieres seguir con el abrazo adelante, pero yo no me voy a mover de aquí, no voy a permitirlo”, sostienes resentido.
“No desperdicies tu vida por mí”, te recomienda. Respondiendo tú casi inmediatamente: “No voy a desperdiciar la tuya por la mía, no sería justo”.
Y en ese momento te paralizas después de escuchar: “La mía no está desperdiciada, de hecho, comenzó a tener sentido cuando te conocí”.
Con lágrimas por toda la cara le dices que necesitas procesar la situación por tu cuenta. La persona te sigue abrazando suavemente y tu no modificas tu postura.
Te resulta inevitable recrear algunos de los momentos más felices que has compartido con esa persona, momentos que de alguna manera sabes que han marcado un antes y después.
Tus brazos se tensan en un abrazo más firme, como si no quisieses dejarla ir en mucho tiempo.
No eres capaz de concebir que semejante situación se esté dando y todo dependa de ti.
Es más, te cuesta decidir porque de cualquier manera Crees que te vas a acabar sintiendo mal.
La otra persona siente tu preocupación y se limita a sonreírte.
Cuando tratas de averiguar el origen de su felicidad y confianza te afirma que “no tiene de nada de qué preocuparse”.
Pero tú sí, y eso es lo que más te está lastrando de poder conectar verdaderamente con ella y contigo mismo.
Apoyando tu cabeza sobre su hombro, como si quisieras descansar, comienzas a cuestionarte complejas nociones como el sentido de la vida, el más allá, tu propósito, etc.
A los momentos vuelves en ti mismo y a la realidad que te atañía. A pesar de haber tratado de encontrar una solución no parece que hayas dado con ninguna.
Es como si quisieras decir algo pero las palabras no saliesen de ti.
Por un momento te cuestionas si se debe a que estás totalmente bloqueado o a que realmente no hay excusa que justifique tu actitud de apEgo.
La otra persona te sostiene en sus brazos mientras te observa lidiar con tus emociones, dándote espacio y tiempo para procesar lo que debas.
Sintiendo su calidez y amor incondicional, te das cuenta de que algo dentro de ti es lo que debe de andar mal si la otra persona que es la “afectada” está así de calmada.
Tus lágrimas comienzan a cesar, dejas de procesar la situación desde un plano egocéntrico y emocional para pasar a hacerlo desde uno más racional.
Ahí es cuando te das cuenta que surge tu primera barrera. Hacer esto último y no involucrar tus sentimientos de por medio se te hace cuesta arriba.
Sin embargo, pareciese que la otra persona ha sido capaz de trascender esa situación, así que optas por hablar de ello en tu búsqueda de resultados.
Con una voz algo temblorosa por la aún presente conmoción acabas proclamando: “De alguna manera me siento perdido y confundido, una parte de mí me dice que la vida es neutra y tan solo nuestras interpretaciones la convierten en algo con lo que podemos lidiar mentalmente, sin embargo, la otra parte me asegura que la vida es Egoísta y yo he de serlo más”.
A lo que prosigues mientras eres cuidadosamente escuchado: “Es más, mientras que la primera me asegura que esto es una situación como otra cualquiera, una de la que obtendré ciertas enseñanzas tras entender su paso por mi persona, la otra me incita a explotar este “vacío legal” que ha quedado ante mí todo lo que pueda”.
La otra persona responde sonriendo en compasión: “Entiendo cómo te sientes. Yo también me he encontrado en tu misma tesitura numerosas ocasiones. Tan solo quiero que sepas que no estás solo. Estoy aquí contigo y te apoyaré en lo que necesites”.
Volviendo al plano emocional contraargumentas: “No, no estarás más conmigo. Si te dejo ir te irás para siempre”.
Y de forma calmada te clarifica: “Al contrario, cuando me dejes ir será el momento en que más cerca de mí estés. Mientras tanto no será de mí de quien no te intentes alejar, sino de ti mismo”.
Algo hace clic en tu interior. Te das cuenta de que a pesar de querer demasiado a la otra persona ahora no lo estabas demostrando.
Tan solo estabas centrado en ti mismo, en cómo su ida o venida te hacía sentir y te afectaba a diferentes niveles, cegado por tu condición.
Ahora lo ves claro, la otra persona no se encuentra feliz porque esté pasando lo que ella quiere en todo momento, sino porque ha aprendido a moldear el mundo exterior a partir de su felicidad interior. Por eso tu respuesta no le afectaba, porque no necesita ninguna especial, ya las tiene.
Según te das cuenta de qué es lo que necesitas, entiendes la irracionalidad de tu comportamiento anterior, pero no lo juzgas. Lo ves como un paso necesario para haber llegado dónde estás.
Empiezas a sentirte en calma contigo mismo y con la situación. Inconscientemente tu abrazo se va tornando más ligero, como si estuvieses dispuesto a finalizarlo.
Aún intrigado, decides obtener otra respuesta de la personita. “Hay algo que no consigo entender todavía”, comienzas a cuestionar, “si ya has cumplido tu propósito de verme y estás de forma tan relajada, ¿por qué no te has ido ya?”.
A lo que contesta: “Lo único que me detiene de irme en paz eres tú”.
Desconcertado y sin moverte parecería que volvieras a empezar a llorar, mientras dices entrecortadamente: “Lo siento, no era mi intención retenerte contra tu voluntad”.
“No te preocupes”, responde la otra persona, “verte ha sido decisión mía, tan solo me gustaría que cuando tomases una decisión final lo hagas de forma convencida”.
Todo este tiempo habías tratado de buscar una solución para esta situación. Pero lo sabes, no hay soluciones que buscar, tan solo hace falta aceptar la realidad.
Un cosquilleo te recorre el cuerpo. A pesar de que tu mente no quiera saberlo conscientemente, tus músculos saben lo que tienes que hacer.
Mientras sigues abrazando a la otra persona, la miras en una mezcla de alegría y tristeza, una combinación de emociones que te resulta extraña.
Y como si fuese capaz de leerte la mente, la otra persona se aventura a decir: “Es esperanza lo que transmiten tus ojos. Ciertamente nadie sabe lo que va a pasar conmigo, pero puedo asegurarte que eso no es lo importante. Lo importante es lo que tú hagas con mi recuerdo.”
Hace una pequeña pausa y sigue: “Quizás antes lo hubieses alterado para justificar unos comportamientos autodestructivos, una maniobra en la que no solo me hubieses perdido a mí, sino que también te haría perderte a ti mismo”.
Vuelve a detenerse, sonríe y continúa: “Ahora no me cabe duda de que eso ha cambiado, todo tu cuerpo denota determinación, eres consciente de lo que tienes que hacer. Por fin me quedo en calma de que puedas marchar con ese recuerdo de mí que te potenciará. Creo que ambos sabemos que el duelo es inevitable y tú has empezado el tuyo hace un rato, pero me alegro de poder atender a parte de su resolución. Y aunque suene redundante, ambos sabemos que ha llegado el final.”
Sigues abrazado a la persona, ahora no estás paralizado, sino que lo estás haciendo con consciencia, disfrutando de cada segundo.
Vuelves a mirarla y no tratas de recordar momentos pasados con ella, sino de apreciar el Ahora.
Tus ojos se inundan de lágrimas, pero tu expresión facial denota una clara sensación de felicidad. Procedes a tragar aire por la boca como si fueses a decir algo importante.
Se hace un breve silencio y lo rompes diciendo: “Gracias. Gracias por todos los momentos que hemos vivido juntos y por haber estado presente en todos ellos a pesar de que no siempre fueses imprescindible. Aún no sé si tengo la valentía para hacer esto”.
“Gracias a ti por haberme permitido ser parte de tu vida y regalarme momentos tan únicos”, responde. “Tengo la certeza de alguna manera de que nuestra relación a partir de ahora solo puede ir a mejor”. Sonríe empáticamente y finaliza “puedes hacerlo cuando quieras”.
Tu decisión es fuerte y firme. Tu corazón parece lleno de sentimientos encontrados, pero notas que uno sobresale por encima de los demás y sabes que lo que vas a hacer es lo correcto.
Miras por última vez a aquella persona tan querida e importante en tu vida. Las lágrimas brotan de tus ojos y tu sonrisa parece igual de sincera e incondicional que la suya.
Haces un pequeño suspiro y concluyes con un profundo: “Te quiero”.
Tus músculos se tensan unos segundos como si quisiesen saborear la última gota de ese abrazo y seguidamente se relajan del todo a la vez que dejan libre a la otra persona y vuelven a tus costados.
Ya no está, ha desaparecido. Aunque internamente sabes que no lo ha hecho del todo.
Caes de rodillas sobre el suelo de aquel lugar mágico que en un principio imaginaste. Su vitalidad sigue intacta y en el ambiente se respira tranquilidad.
Mientras tu cara está inundada en lágrimas comprendes aquella frase que el pequeño diablillo hizo sobre el apEgo. Te das cuenta de que, aunque estés separado físicamente de esa persona la sientes más cercana que nunca.
Sabes que aún queda mucho trabajo por hacer, pero también sabes que no estás solo en el camino.
Miras a tu alrededor y te contagias de la calma del entorno.
Así, con esa sensación y junto a las anteriores aún presentes, especialmente la esperanza y determinación, tus ojos se cierran sutilmente como si quisieran descansar.
Te despiertas en tu cama con una sonrisa y más tranquilamente de lo que lo has hecho nunca.
Todavía algo desconcertado decides mirar la hora en el móvil. Y cuando vas a hacerlo ves una llamada perdida en medio de la noche de otra persona cercana.
Ciertamente no sabes que ha pasado, pero tu cuerpo y tu mente no se alteran.
Estás en calma, en calma de saber que un abrazo eterno no es algo físico, sino un modo de relacionarse con el Ser de otra persona y su recuerdo. Aceptando íntegramente lo que fue y lo que será, con la seguridad de que a tu lado siempre permanecerá.
(Espero que te hayas conmovido con este supuesto tanto como un día tranquilo yo lo hice al desarrollarlo en mis pensamientos. No tengo mucho más que decir, creo que la historia habla por sí misma. Tan solo recordarte que la realidad es la que es, muchas veces no podemos cambiarla, pero sí que podemos elegir cómo nos relacionaremos ante ella. Confío en que puedas recupérate del estado inducido con serenidad y ganas de más. ¡Te veo en la próxima!)
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