1-2: El cortador de césped perruno
Filosofía de tu Mascota:
¿Ser dueño o adueñarse? En este capítulo se nos presenta un interesante dilema acerca de la filosofía de las mascotas y el significado que tiene relacionarnos con ellas. También se nos presenta la idea de poder interaccionar con los sueños de los demás para poder Adueñarnos de sus pensamientos, pero ese tema quizás se trate junto con peli a la que hacen referencia (Origen).
La pregunta es, ¿somos dueños de nuestras mascotas y, por generalización, de los recursos y formas de vida (no humanas) que el universo nos da? ¿O, por el contrario, nos adueñamos de estas sin tener en cuenta la repercusión que nuestra intromisión produce en su evolución “natural”? Como se mostraba en el episodio, los perros son “los mejores amigos del hombre”. Estos vendrían a ser una especiación muy radical de los lobos sobre la cual, desde la antigüedad, fuimos aplicando una presión selectiva. Una forma de selección natural forzada que, como expone Snuffles, “es como si apareasen a 2 humanos deformes para después exhibirlos”.
Es interesante plantearse en qué momento el hombre y el lobo hicieron su contacto por primera vez, pues el perro ya se considera otra especie. Una clase de contacto “cordial” en la cual se impusiese algún tipo de beneficio mutuo que garantizase la no lucha. Para abordar esto he escrito un Anexo (debajo de la reflexión) en el que expongo como Creo que pudo suceder este evento.
Después de apreciar la historia que he propuesto quedaría claro que, aunque nosotros nos “adueñamos” de los lobos en su momento, estos se adueñaron de nuestro estilo de vida. Uno donde eran alimentados regularmente en función de su docilidad y desempeño. Así fue cómo se conseguiría una especie de equilibrio no pactado y mutualista (ambas partes salían beneficiadas). Algo que dista de la afirmación de “yugo cruel sobre la especie canina” que Rick enuncia.
Viendo esto, la responsabilidad recaería en cuál es nuestra actitud ante “nuestras” mascotas. Rick cree que la función de éstas es subir nuestra autoestima reafirmando nuestra superioridad. Morty los ve como compañeros a los que hay que cuidar. Y Jerry como un instrumento que cuando no funciona como se desea basta con restregarle el error por la cara (como la orina). La complicación surge cuando nuestra concepción no está bien definida, involucra daño a las otras partes o la comunicación es ineficiente (“Snuffles quiere que lo comprendan”). Ya que mientras Jerry exclama “¡esto sí que es un perro!”, Snuffles sigue resentido por su incapacidad de expresar sus necesidades o que sean entendidas, así como por tener un nombre que él considera esclavizador.
Al final, como dice Rick, “parece que solo hemos retrasado lo inevitable”. Toda acción tiene consecuencia. Summer aboga por no ir regalándole inteligencia a una criatura y luego quitársela, y los perros ansían cortar testículos para controlar y en señal de venganza.
Obviamente, los perros de hoy en día no entienden ni entenderán estas raíces que les han llevado a ser la bolita de pelo que son. Pero, aunque lo entendiesen, como pasa en el capítulo, la situación no les llevaría a ningún lado. Y es que, la mayoría de nosotros en verdad queremos su bienestar (Jerry lo proclama como un malentendido). Por eso la posibilidad de que ellos no estuviesen a gusto e intentasen vengarse nos aterra en muchos niveles. Porque, como observamos con Terry el que Aterra, hasta los “monstruos” tienen miedo.
El desenlace que vemos en el capítulo no es más que un intercambio de papeles entre humano y perro. Hasta que estos llegan a la conclusión de que, aparte de querernos y necesitarnos, no son humanos. Y, por tanto (lejos de proyecciones), se comportan diferente y poseen otras necesidades.
No somos dueños de nada ni de nadie, aunque nos pueda dar la sensación (especialmente tratando con especies “inferiores” o más desprovistas). Por ello, hemos de ser respetuosos con nuestro entorno. Pues el hecho de “adueñarnos” de algo, no viene más que a decir que tenemos una serie de responsabilidades sobre ello y que, más que nunca, hemos de comportarnos en consecuencia.
Anexo – La conversión del Lobo al Perro, o “mejor amigo del hombre”
Este “pacto” de amistad y beneficio mutuo ocurriría muy probablemente en la época del neolítico, donde ya
encontrábamos sociedades asentadas. Y vendría a suceder entre alguno de estos
asentamientos y una especie de lobo particularmente predispuesto (por
medios genéticos, ambientales, o ambos) a mostrar docilidad. Por tanto,
el encuentro podría ser algo así:
“Un lobo que se ha perdido de su manada,
o ha sido expulsado de esta, vaga por las llanuras del monte hasta encontrarse
un pequeño poblado. No comprende del todo qué son aquellas estructuras
artificiales, pero llega a divisar una pequeña parcela repleta de puercos, lo
cual estimula sus percepciones y apetito.
Muy hambriento, se acerca a la parcela
con intención de saciarse cuando, de pronto, aparecen hombres primitivos. Otros
“animales” que, ante el reconocimiento de este feroz depredador, sacan sus palos,
piedras y armas caseras en señal de defensa.
El lobo retrocede asustado, pero no huye,
pues su gran voracidad no se lo permite. Asimismo, es consciente que no tiene lugar
donde huir sin fallecer en el intento.
Por ello, y teniendo en cuenta que sus
fuerzas no le permitirían luchar, vuelve a probar suerte mediante un simple
acercamiento, el cual termina con el mismo resultado. Este ciclo se repite
varias veces, el lobo intenta ganar terreno y avanza a la vez que retrocede
cuando los hombres lo amenazan y arrojan objetos.
Progresivamente, se va acercando más y,
como consecuencia, los hombres consiguen asestarle desde la distancia varias pedradas.
Aunque para su sorpresa, el lobo sigue ahí, inmóvil, algo asustado, aullando en
una mezcla de hambre y dolor, y con las orejas gachas.
Tras varios intentos por echarlo y ver
que se muestra impasible (hasta dispuesto a dejarse la vida en el intento de
saciar su necesidad básica), los hombres se sorprenden. Es posible esta nueva
situación les genere una especie de empatía hasta antes solo experimentada con
los de su especie.
Finalmente, en un acto de benevolencia o
compasión, acaban por lanzar al lobo, desde la distancia, un pedazo de carne
que sobró en la comida. Éste acepta encantado el manjar, lo disfruta algo más
resguardado y, después de un ligero aullido, parte enérgico.
A los días se repite la situación. Los
hombres, al reconocer al lobo, imitan la escena. Quizás no tanto por compasión,
sino como una alternativa a no tener que enfrentarlo.
Con el tiempo y frecuentes recibimientos
del lobo, la historia progresa y llega al punto en el que éste tiene una vasija
propia con su porción de carne diaria esperándole. Un ritual que todos los
hombres de la tribu observan en asombro y gracia. Poco a poco, la confianza se
va asentando y no se aprecia ninguna intención por parte del lobo de causar
estragos.
Un día, la carne no está en la vasija, sino
que se localiza en las manos de un hombre de la tribu decidido a acercarse a la
criatura. Su maniobra es lenta, firme y cautelosa, pero el lobo le empieza a
gruñir cuando ve su distancia de seguridad transgredida. Gruñe, aunque no
realiza nada más salvo esperar junto a su vasija.
Con miedo, el hombre se sigue acercando hasta
conseguir estar junto al lobo, aún con la carne en las manos. Momento en que, a
la vez que deposita la carne en la vasija con una mano, se dispone a tocar la cabecita
del depredador con la otra.
Ante la percepción de amenaza, y en un
impulso instintivo, el lobo intenta morderlo. El hombre se asusta y vuelve
corriendo. Tras de si sale una lluvia de piedras directas al lobo, lanzadas
desde la tribu que ha presenciado el percance. Algunas le alcanzan y decide
retirarse.
Al volver el día siguiente, a la hora
habitual de la comida, el lobo se encuentra con que la vasija está vacía. Aúlla,
pero su lamento no es correspondido. Así que se marcha con las orejas bajas.
La semana siguiente se encuentra la misma
situación, la diferencia es que ahora se encuentra muy hambriento. Curiosamente
“está gordo” y su barriga no le permitiría moverse ágil para cazar.
Después de analizar el panorama, opta por
quedarse como el primer día de encuentro, inmóvil, esperando al lado de la
vasija y aullando tristemente.
Los hombres de la tribu lo contemplan con
curiosidad, puede que alguno le arroje una piedra, pero el lobo no modifica su disposición.
Sigue ahí, quieto, tumbado al lado de la vasija que señala y mueve con el hocico
en unos ademanes de arrepentimiento/abatimiento.
Como respuesta, y aun por los individuos
que tratan de impedírselo, sale de la tribu un hombre dispuesto a acercase. Es
el mismo hombre de la otra vez, quien lleva una pieza de carne en las manos que
hace salivar al animal.
Según se acerca y rompe esa distancia de
seguridad, el lobo comienza a gruñir, pero el hombre no se conforma con arrojar
la carne. Quiere tocar a la criatura. Correspondientemente, según le gruñe, él esconde
el pedazo de carne tras su espalda.
De esta manera, el lobo, a pesar de su reticencia
y miedo, prima su necesidad de comer y se muestra dócil ante este otro animal
que es el hombre.
Según éste da la carne al lobo, al mismo
tiempo que acaricia su cabeza, la criatura no reacciona ni hace amagos
hostiles. Exclusivamente se dedica a comer para marcharse de allí lo antes
posible. Una respuesta por miedo, que también experimenta el hombre.
Curiosamente y con el tiempo, la
situación se va sucediendo incluso con otras personas de la tribu, que también
se aventuran a tocar al animal de áspero pelaje. Éste, a su vez, va
desarrollando tolerancia a ser acariciado y cogiendo confianza con el poblado
hasta el punto de llegar a pasearse en medio de él sin que nadie le tema.
Y así es como, por condicionamiento
operante, del mismo modo que lleva siendo todo el proceso, su función va esclareciéndose
con el tiempo; De ser una mera “atracción de feria desconocida”, pasa a dedicarse
a proteger la aldea por la noche. Bien de otras alimañas o incluso tribus ajenas
que quieran saquear. En compensación, se le da de comer. ¡Que más pedir!, todos
salen ganando.”
Semejante suceso pudo acontecer en una
misma tribu con varios lobos diferentes, con uno que transmitiese su seguridad
y confianza a sus compañeros (decidiendo adoptar estos ese novedoso estilo de
vida) o incluso con el lobo con el que se estaba narrando la historia.
Porque, si has sido un lector agudo, te
habrás percatado que su comportamiento distaba de la norma. Más bien era
probable que no fuese un lobo barrigón por comer tanto, sino que fuese una loba
embarazada que actuaba permisivamente con el fin de dar lugar segura a su
descendencia.
Al fin y al cabo, no todos los ejemplares
poseen el ímpetu de Buck, de La llamada de lo salvaje. Y todo esto,
especialmente en el último caso, daría lugar a la reproducción y
diseminación de esos genes que permitirían la convivencia entre humanos y lobos.
Unos genes que, a lo largo de la historia,
han ido evolucionando a su manera (o la nuestra) y sido seleccionados para
adaptarse mejor al medio, como defenderían Darwin y Wallace.
Este hecho que yo he narrado en un breve
espacio de tiempo, pero que posiblemente durase semanas o incluso meses, podría
ser el inicio de la primera descendencia de lobos hacia “perros con mayor
docilidad”.
Igualmente, el árbol genealógico iría
proliferando (creando especies más dóciles y otras menos dóciles que serían
eliminadas por la propia tribu) hasta dar lugar a lo que hoy conocemos como
perro común. El cual hemos seguido especiando, pero ya por puro gusto, glamur,
o aburrimiento.
2 comentarios
Sin duda alguna tienes mucha razón. El perro necesita de un amo que le acompañe durante el transcurso de su penosa vida en la Tierra. No se ven apenas perros callejeros pero sin embargo existen miles de gatos que habitan por su cuenta y hacen de las calles su propio hogar ¿Por qué será que no encontramos perros en las calles? Mis saludos marcianos desde un futuro 2032. Gracias por existir y por cubrir este espacio tan pequeño en la Red de redess
Hola Eddie,
Con respecto a la pregunta que planteas hay 2 respuestas que se me ocurren:
– Es más sencillo atrapar a un perro en un área urbana y llevarlo a la perrera o adoptarlo (ya que tienden a ser más confiados que su coetáneo)
– Por ese desarrollo selectivo que, como explicaba, han sufrido los perros, les es más difícil vivir por su cuenta y, de hecho, su esperanza de vida se ve drásticamente reducida. Este tema de las relaciones y la independencia (basándome en estos animalitos) lo he tratado en otro artículo que puede interesarte.
Finalmente, yo no usaría el adjetivo de «penosa» para describir la vida de estas criaturas. Si bien es cierto que no son igual de competentes y autosuficientes que sus antepasados, nosotros tampoco lo somos con respecto a los nuestros en muchos sentidos. Hemos evolucionado junto a ellos y me atrevería a decir que la relación que hemos conseguido desarrollar es única.
A mí me encantan estos animales y cuando estoy con ellos o he tenido más de cerca a algunos no he notado pena o tristeza, sino más bien devoción por sus dueños y júbilo cuando se les tiene en consideración.
Me alegro de que estos temas te hayan hecho reflexionar y nos vemos de nuevo por el blog en ese 2032 que comentas