¿Qué es una Mujer? – Parte 1
¿Qué es una Mujer?
Puedes preguntártelo toda la vida y no llegar a certeza alguna. Libros y documentales se han hecho al respecto y tampoco parecen ofrecer una claridad irrefutable.
Y digo mujer, como podría decir hombre. Simplemente es más fácil hacer esta distinción ya que no da lugar a confusiones con la clase de humanos.
Aún así, sumidos en el fútil intento de expresar con un lenguaje cultural algo que lo transciende, tratamos de definir aquello que una Mujer vendría a representar.
Primero de todo, es esencial recalcar que el propio término de Mujer hace referencia a una categoría social. Una donde el término trataría de clasificar al individuo por una clase de comportamientos y forma de expresarse ante los demás en base a la concepción comúnmente arraigada del momento. Lo que implica que no está tan regido por una visión objetiva.
El que si lo haría sería el de Hembra, en este caso de la especie Homo sapiens, donde el término trataría de clasificar al individuo por sus atributos biológicos y/o genéticos.
De esta manera, es verosímil afirmar que el sexo femenino es algo biológico, que podríamos identificar con el término Hembra. Y que el género femenino es algo cultural, que podríamos identificar con el término Mujer.
Y todos y cada uno de los debates surgen por no hacer esta distinción bien y mezclar ambos términos según convenga.
Por ello, antes de abordar la cuestión “¿qué es una Mujer?”, que como hemos dicho presenta un mayor grado de subjetividad, deberíamos plantearnos: ¿qué es una Hembra humana? Con el fin de obtener una base objetiva que sirva como nexo.
Un nexo que nos ayude, antes de abordar la cuestión final, a ver si realmente enlaza o no pinta nada. Es decir, a dilucidar si la relación entre hembra y mujer es causal o meramente casual. Para apreciar si nos encontramos ante una cuestión esencialista, constructivista o una mezcla de ambas.
Por ello, esta reflexión se va a articular de la siguiente manera: Se comenzará por definir el término Hembra desde un punto de vista genético y anatómico, tratando de esclarecer cuales son aquellos rasgos específicos atribuibles. Después, pasaremos a explorar algunos casos no tan identificables con los sexos binarios, para ver que aportan a la ecuación. Y de todo ello veremos a qué conclusiones podemos llegar.
Finalmente, en la siguiente parte de la reflexión, nos embarcaremos en la relación entre ambos términos, así como en la concepción del principal aquí a través de distintas corrientes filosóficas.
Con todo esto, trataré de arrojar algo de luz sobre el asunto, aunque no aseguro nada, y de hacer que te cuestiones una parte de la realidad que quizás dabas muy por sentada.
Sin más dilaciones, comencemos.
El sexo femenino, Hembras
Imagina que durante un paseo por el bosque divisas unos animales desenterrando lo que parece ser un esqueleto humano.
Si, suena un poco tétrico, aunque no tanto como la cuestión hoy planteada.
Al verlo, te fijas en su estructura ósea, la cual, si no presenta anormalidades y está bien preservada, mostraría ciertas características.
De primeras, podrías intuir el sexo del cuerpo con el que vino al mundo. A pesar de que en vida ese individuo se considerase cisgénero, transexual, se hubiese operado o fuese culturista.
Para ello, bastaría con fijarse en la anchura de los hombros y, especialmente, en la de la pelvis. Debido a que ésta es más ancha en las hembras, por la necesidad biológica de poder tener descendencia sin demasiadas complicaciones.
Y no quedándote satisfecho con el diagnóstico inicial, decides ir más allá; te dispones a realizar una prueba genética.
Reuniendo los conocimientos presentes, encuentras un test que puede serte útil: la prueba de la amelogenina.
La amelogenina es una proteína presente en el esmalte dental cuyo gen codificante se encuentra tanto en el cromosoma X como en el Y. La gracia de esta prueba está en que en cada uno se expresa de manera diferente.
Así, sin tener en cuenta posibles factores de confusión, podrías obtener 2 posibles resultados:
En el primero solo observarías una señal, lo que implicaría que el individuo solo presenta cromosomas X. Concretamente 2, siendo XX o, genotípicamente hablando, una hembra humana.
En el segundo caso observarías 2 señales diferentes, lo que implicaría que el individuo presenta 2 cromosomas distintos, uno X y uno Y. Siendo XY o, genotípicamente hablando, un macho.
Ahora bien, ¿es esa diferencia en la presencia de cromosomas, especialmente en la aparición o no del Y, evidencia suficiente para demostrar que si ese individuo no lo posee presentará todas las características propias de las Hembras humanas y, más aún, que acabe identificándose con ellas y el término de Mujer?
SRY, más allá del cromosoma X e Y
Desde pequeño se te enseña que los machos humanos tienen 1 cromosoma X y un cromosoma Y, mientras que las hembras tienen 2 cromosomas X y 0 cromosomas Y.
Lo curioso es que los genes del cromosoma Y apenas se expresan, ya que este es pobre en ellos, tiene muchas mutaciones acumuladas por el tiempo y solo se recombina (proceso en el que el material genético se entrelaza, mezcla y vuelve a separar mezclado) con el cromosoma X por 2 regiones (PAR1 y PAR2).
Tan solo posee unos pocos genes que no tienen un homólogo (gen similar) claro en el cromosoma X. Los cuales se piensa que son necesarios para que se desarrollen los caracteres sexuales masculinos.
Y aquí uno destaca por encima del resto, el gen SRY.
SRY, situado cerca de la zona de recombinación PAR1, vendría a ser el gen que determina que se pueda dar ese sexo masculino. Por tanto, su ausencia nos dejará con el sexo femenino.
Y este gen no puede ser detectado con la prueba de la amelogenina. Lo que implica que, si está translocado (en sitios que “no debería”), no podríamos saberlo.
Entonces ¿qué significa todo esto y por qué debería interesarte?
Para verlo, hemos de adentrarnos un poquitín más en este complejo proceso:
Determinación del sexo
La diferenciación sexual es un proceso secuencial y ordenado que consta de 3 componentes:
1. Sexo cromosómico
Se establece en el momento de la fecundación. Siendo, normalmente, XY para los machos y XX para las hembras.
La mayor diferencia, como veíamos antes, vendría a ser la presencia o deficiencia del cromosoma Y, especialmente de su región SRY.
Esto es importante porque el hecho, previamente mencionado, de que SRY se encuentre tan cerca de un lugar de recombinación da lugar a hechos “insólitos” conocidos como reversiones sexuales.
Lo que significa que ese gen SRY, si consigue translocarse, será capaz de ocasionar la viabilidad de individuos femeninos con un genotipo XY e individuos masculinos con un genotipo XX.
Eso seguro que no te lo explicaron en la escuela. No porque no lo supiesen, sino porque entonces te preguntarías: “De ser así, ¿existen “hembras” cuyo genotipo no concuerda con su desarrollo posterior?”
Vayamos entonces a analizar estos casos “anómalos”. Pues, efectivamente, después de establecerse el sexo cromosómico, le sigue el…
2. Sexo gonadal
Éste se refiere al proceso en el que se forman los órganos sexuales. A partir de los cuales solemos identificar el sexo masculino y femenino. Es decir, que hacemos una inferencia del genotipo de un individuo en función de su apariencia genital externa.
¿Cómo acabamos en ese punto?
Resulta que las gónadas sexuales indiferenciadas/bipotenciales, para poder desarrollarse de una u otra manera, tienen que ser colonizadas por unas células germinales primordiales acordes al sexo cromosómico.
Y ¿sabes quién regula este proceso? Efectivamente, nuestro amigo SRY.
Su ausencia dará lugar a una mayor influencia de estrógenos y progesterona, y se desarrollarán unas estructuras conocidas como conductos de Müller. Permitiendo una formación del tejido ovárico.
Al contrario, su presencia hará que los andrógenos y la hormona antimülleriana tengan una mayor influencia, lo que desarrollará unas estructuras conocidas como conductos de Wolff y prevendrá la formación de los conductos de Müller. Dando así lugar a la formación del tejido testicular y no permitiendo el desarrollo del ovárico.
(Vaya movida, ¿no? Y eso que no me he metido a hablar de más genes involucrados en el proceso, como SOX9 o WNT4…)
Así es como las “hembras” XX con un gen SRY desarrollarán tejido testicular y los “machos” que no lo tengan poseerán tejido ovárico.
Pero, ¿es este gen SRY tan decisivo para hacer “machos” de lo que estaba destinado a ser una hembra y “hembras” de lo que estaba destinado a ser un macho?
En realidad, no tanto. En los ejemplos anteriores no existe una dicotomía de todo tejido sexual de un tipo y nada del otro, sino que hay una mezcla, una ambigüedad.
Lo cual se debe a que, a pesar de que SRY tenga una gran influencia del desarrollo gonadal, no tiene todo el poder, sino que hay otros genes constitutivos en el cromosoma Y normal que, en términos sencillos, refuerzan su función.
De esta forma, las hembras XX con el SRY presentarán un fenotipo masculino caracterizado por testículos pequeños, azoospermia y cantidades reducidas de andrógenos.
Mientras que los machos XY sin el SRY, síndrome conocido como disgenesia gonadal femenina, presentarán un fenotipo femenino caracterizado trompas y útero hipoplásicos, ausencia de regla y falta de ovarios u otros caracteres secundarios femeninos.
Además, nos encontramos con otros casos curiosos que, además de poder deberse a una translocación del gen SRY, pueden ser por mosaicismo 46,XX/46,XY (es decir, que tienen células tanto masculinas como femeninas) o por una “simple” sensibilidad alterada, a la baja o a la alta, ante los andrógenos.
Estos casos son los de los hermafroditas y pseudohermafroditas, unos individuos con características de ambos sexos que presentan tanto tejido testicular como ovárico. Por lo que se aprecian unos genitales externos ambiguos. A lo que se conoce comúnmente como intersexualidad.
Esto provoca que los pacientes presenten una falta de orientación sexual e incongruencia con su sexo genotípico. Su tratamiento consiste en la identificación con uno de los sexos, refuerzo psicológico con el sexo escogido, fármacos hormonales y una retirada del tejido contrario.
Y aquí entramos en un dilema que ahora abordaremos. Antes, el último punto que determina el sexo, y el más controversial.
3. Sexo fenotípico
Hace referencia a la clasificación del sexo basada en las características físicas de cada individuo, que en su conjunto se denominan caracteres sexuales secundarios.
Se engloban aquí diferentes indicadores, como el sexo gonadal previo (determinado, recuerdo, por el sexo cromosómico) y el sexo hormonal.
De tal forma que, sin necesidad de ver los genitales podemos apreciar ciertas características fenotípicas que tienden estadísticamente, por el normal desarrollo, a diferenciar a los machos de las hembras. Infiriendo de nuevo su genotipo.
Algo que se debe principalmente a una mayor cantidad de andrógenos frente a estrógenos en los machos con respecto a las hembras. Lo que predispone a una mayor aparición de vello corporal, un engrosamiento de la voz, fuerte olor corporal y una mayor corpulencia y estatura.
¿Significa esto que ninguna hembra puede presentar estas características?
Yo conozco a bastantes que sí lo hacen. Porque recalco, esto es una tendencia que viene fuertemente influenciada por el sexo cromosómico y gonadal, algo que, si bien se refleja a nivel proporcional, no hace alusión a todo el mundo.
Tampoco podríamos alegar que existan ciertos caracteres secundarios que primen por encima de otros. Si bien es cierto que ver un gran par de mamas o escuchar una voz muy grave puede darnos una idea del genotipo que se encuentra tras esa cualidad, no es difícil encontrar, por ejemplo, otro individuo XY (SRY) ectomorfo, con una voz aguda, bajito e imberbe.
Al fin y al cabo, estos rasgos son cuantificables y sería nuestro cerebro el encargado de, subconscientemente, recolectar toda la información disponible para procesarla y emitir un juicio.
Pero el cómo llegamos a conocer la realidad a través de los sentidos es un asunto que trataremos en la siguiente parte de esta reflexión.
Y es que, en un escenario ideal no cabría duda de que es una Hembra y qué es un Macho, pues estarían bien diferenciados desde comienzo hasta final.
Pero como todos sabemos, las cosas no son tan fáciles como parecen y…
La realidad no es tan comprensible como nos apetecería
En nuestro caso, la ausencia de esa dicotomía total y la presencia de casos “anómalos” es lo que nos puede llevar a cuestionarnos la realidad de estos términos biológicos y, consiguientemente, también la de los culturales.
Queriéndolo o no, tendemos a estabilizar la sociedad en torno a uno de los 2 sexos comúnmente aceptados. Algo que resulta “sencillo”.
Pero si tenemos en cuenta a estos individuos con condiciones “anómalas” e incluso a otros similares como los Klinefelter, o 47,XXY, e hipotetizando que sus diferencias no acarreasen las consecuencias que la mayoría de las veces suponen, como tumores, defectos óseos, etc. ¿podríamos afirmar que existe un sexo indefinido, o al que todavía no hemos puesto nombre?
Esa gente con incongruencias entre su genotipo y fenotipo razonablemente tienen motivos para cuestionarse su sexo y género. Donde la identificación con uno implicará cambios en el otro.
Pero en aquellos sanos, ¿está justificado que puedan sentirse de otra manera a cómo son?
Si vemos como genotipo, gónadas y mayoría de caracteres secundarios, recalco lo de secundarios, coinciden, no cabe duda de que ese individuo está categorizado. Te guste o no.
Es decir, si tu genotipo es 46,XX (sin SRY), tienes una vagina y un útero con la potencialidad de dar a luz, y además presentas rasgos como mamas desarrolladas o tendencia a acumular grasa en los muslos no le des más vueltas, eres una Hembra.
Esto ya te lo habría dicho el médico cuando te parieron, pues es el encargado de especificar tu sexo. Y, a no ser de que tuvieses una de las anomalías antes descritas, no se habría equivocado.
Te puedes sentir más o menos cómoda con tu sexo, eso es cosa tuya. Pero el sexo es el que es, ni más ni menos.
Puedes operarte, cortarte el pelo o decir que te sientes un macho. A pesar de ello, ninguna de esas medidas va a refutar el hecho de que eres una Hembra.
Al fin y al cabo, intentar negarlo así sería como si yo afirmase tener los ojos azules, usase lentillas de colores o me sometiese a una operación de queratopigmentación, cuando mis ojos son claramente de un color marrón oscuro.
Podría engañar a la gente de fuera, pero no podría engañarme a mí mismo y mucho menos a mis genes.
Pues, si yo fuese ese esqueleto que encontrábamos al principio y secuenciases los genes que me dan el color de ojos, no te cabrían dudas, sin necesidad de haberlos visto, de que serían marrones.
De la misma manera, volviendo al caso de los genotipos “anómalos”, podemos usar terapias como extracción del tejido con que no se identifican o incluso utilizar fármacos hormonales para favorecer la diferenciación del otro, pero los genes seguirían siendo los mismos.
La única manera de cambiarlos todos sería modificando genéticamente a ese individuo en sus estadios tempranos de cigoto, o previamente a la línea germinal. Y esta es una posibilidad que, a día de hoy, la bioética no contempla.
Y si investigas un poco verás que el uso de esos fármacos hormonales en estos casos especiales puede ser la única opción viable, pero, en aquellos que quieren “cambiar de sexo” es biológicamente desaconsejable.
Básicamente porque el fármaco que utilizan, llamado Lupron, no tiene evidencia científica a largo plazo de sus efectos adversos, los cuales no son pocos. Fármaco igualmente utilizado para tratar el cáncer de próstata o mama, lo que conlleva una castración química, otro de los fines con que se usa en agresores sexuales a día de hoy.
Y lo mismo, quizás en un futuro exista la tecnología y seguridad suficiente para hacer que machos puedan dar a luz, que hembras puedan batir récords deportivos de machos y que la diferencia entre Hembra y mujer trans sea inapreciable. Pero, en el fondo, su sexo seguirá siendo el mismo.
No por ello hay que llegar a un reduccionismo biológico donde se argumente que esos individuos van a comportarse o ser de determinada manera.
Pero, estadísticamente, van a tender a estar condicionados a ello, por más que la terapia afirmativa o refuerzo psicológico les haga Creer que no tienen por qué.
De la misma manera que yo no voy a poder evitar el hecho que mi adrenalina se eleve al saltar en paracaídas, las Hembras no pueden evitar el hecho de que sus genes actúan de forma sesgada.
Es más, sería interesante preguntarse si la identificación con uno u otro género tiene su origen en el desarrollo de nuestras avanzadas capacidades cognitivas. O si, por el contrario, esta radica en unas condiciones biológicas subyacentes que gracias a esa racionalidad podemos interpretar. Pero esto se desvía un poco del tema de hoy.
¿Qué sacamos en claro de todo esto?
Un individuo XX sin SRY y con adecuado funcionamiento de sus demás genes es una Hembra.
Una Hembra tiende a tener gónadas femeninas, potencialidad de dar a luz y caracteres secundarios femeninos.
Los casos anómalos descritos como intersexo son juzgados por el propio paciente en base a criterios subjetivos que veremos en la siguiente parte.
Por mucho que se intente, si no tocan la línea germinal o el cigoto, no puedes cambiar de sexo.
Una Hembra no tiene por qué sentirse Mujer, pero está sesgada a ello.
Si quieres ser objetivo en la descripción de un individuo, habrás de hacerlo en base a su sexo.
Los pronombres sustituyen a los sustantivos, los cuales, según la RAE, se rigen en función del sexo en seres animados. Por eso, si eres Hembra ha de ser Ella, por menos que te guste.
Veremos qué es una Mujer y cómo podemos llegar a ese razonamiento a continuación.
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